Marco Rascón
¿Está fundamentado el desprestigio de los partidos políticos en México?
A partir de 1995-99, cuando la dirigencia del PRD, expresando el consenso de grupos y corrientes transformó el concepto de la revolución democrática por el de "transición pactada", abandonó la idea de la reforma política estructural y con ello las reformas electorales; aceptó y ha vivido mansamente beneficiándose del actual sistema de partidos, sustentado en el reparto de prerrogativas y la separación de los partidos de la ciudadanía en un aspecto amplio y como articuladores de solución a los grandes problemas sociales y económicos.
En un sistema deformado como el actual, los partidos políticos en México no tienen vida democrática interna, violan constantemente sus estatutos, son pragmáticos y no ofrecen perfiles políticos e ideológicos distintos. Hoy las alianzas entre supuestas izquierdas y derechas en el plano electoral nulifica el voto de los ciudadanos y les ofrece una democracia de segunda y de mala calidad que lleva al abstencionismo.
Si la tendencia de los partidos en general era especializarse en "lo electoral", el actual sistema de partidos y sus reglas no nada más han pervertido la vida interna de los mismos, sino que han desprestigiado lo electoral y hasta la representación política en los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Un sistema de partidos enfermo ha extendido su mal, igual que un cáncer, a toda la estructura política; por ello, hasta la "estabilidad" es parte de la crisis y lo "institucional" es una afección crónica del Estado mexicano.
La elección de 2006 ha sido un retroceso para los sectores democratizadores, pues el Instituto Federal Electoral y su grado de autonomía fue resultado de reformas graduales impulsadas desde el PRD y sectores de izquierda. La lucha "contra el fraude" como estrategia resuelve el problema al entonces candidato de ese amplio referente como una salida decorosa a sus propios errores, pero termina desmantelando no sólo los logros, sino la vocación de seguir reformando y transformando la estructura política.
Este estancamiento ha deformado las estructuras de formación política y de toma de decisiones, haciendo de los partidos no instrumentos o escuelas de democracia, sino de imposición y verticalismo, aun cuando sus formas aparentemente se hayan abierto al voto de los militantes. En el PRI, el PAN, el PRD y el resto de los partidos, así como en las llamadas Asociaciones Políticas Nacionales (APN) y locales (APL) y partidos regionales registrados, pese a su número y a la cantidad de recursos destinados a éstos en forma de prerrogativas, están sujetos a las reglas del clientelismo, del corporativismo y de los gobernadores, quienes hoy, juntos, por bloques o separados, son el poder y toman las decisiones en cada región.
Bajo este esquema, los partidos son instancias totalmente rebasadas, poco menos que inútiles, simples administradores del registro y del reparto de prerrogativas. En los partidos ya no se discute la política ni se forman políticos, ni se desarrollan conceptos o propuestas con acciones militantes de mediano o largo plazos. Quienes controlan los registros ni siquiera tienen cargo formal, sino que expresan el acuerdo general o coyuntural de los distintos grupos que se aceptan como parte "del partido".
Las alianzas y rupturas entre ellos se derivan del acuerdo o de la competencia entre grupos regionales. Esta estructura carece de fuerza para unificar al país en torno a un proyecto de nación, pero sí tiene mucha fuerza para impedir que triunfe y se desarrolle cualquier forma de gobierno general.
Son los gobiernos estatales los que reclaman el reparto de los excedentes petroleros, los ingresos fiscales, y todo ello sin que exista sustentabilidad. La consecuencia de esta estructura explica por qué no cayó Ulises Ruiz: el Senado depende de los gobernadores y por ello hay recursos en abundancia para los estados, que manejan a discreción los gobernantes, sin beneficiar estructuralmente a los municipios o a los sectores que requieren apoyo e impulso para desarrollarse.
El abandono y la renuncia de toda reforma al sistema de partidos es producto de la complicidad de todos ellos, con sus dirigencias y representaciones legislativas, pues todos viven de la estructura de prerrogativas que no requiere mayor participación de la sociedad, dado que se generan no por el número de votantes, sino por los porcentajes de las votaciones. Desde esta lógica y con este objetivo, los partidos ya no expresan tendencias políticas e ideológicas por lo que izquierdas y derechas se alían en abierto pragmatismo, pues hay un culto a las prerrogativas, que a su vez encierran más a los partidos y los alejan de la cotidianidad ciudadana que ya no pueden percibir.
¿De dónde podría venir una reforma de partidos, si son éstos el principal problema? ¿Cuál sería la fuerza organizada para romper con el circulo vicioso de los partidos actuales amurallados contra la ciudadanía?
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