por Javier Solórzano
No es la primera vez que aparecen voces de alerta sobre la eventualidad de un estallido social. Quizá no ha pasado nada grave porque sabemos por la historia propia las consecuencias ante una situación de esta naturaleza. Lo que sí sabemos es que estamos metidos en terrenos de serios inéditos.
Nunca como ahora habíamos tenido una crisis económica como la que estamos viviendo; nunca como ahora la sociedad y el gobierno habían estado tan expuestos ante la delincuencia organizada en todos su niveles; nunca como ahora había tenido tanta influencia el narcotráfico en las políticas del gobierno y en las calles; nunca como ahora se había dado un deterioro social y económico tan dramático y grave; nunca como ahora se había presentado un nivel tan alto de desempleo: sólo en el último mes se sumaron a la lista 400 mil personas; nunca como ahora los políticos habían estado en tan alto descrédito. Para decirlo llanamente, nunca habíamos estado tan mal.
La posibilidad de un estallido social es para considerarse. Existen condiciones para que pueda pasar cualquier cosa. Más allá de los actos vandálicos que se presentaron en el Ángel, con motivo del triunfo de la Selección Nacional de Futbol sobre EU, la violencia y el racismo contra un grupo de ciudadanos extranjeros, a los que se les “ocurrió” pasar por ahí, muestra signos de lo que puede ser el futuro inmediato.
A lo que pasa en la calle se suma la insensibilidad con la que se gobierna. Pareciera que Felipe Calderón no ha caído en la cuenta de que perdió el referéndum en que convirtió las elecciones. Ha pasado más de mes y medio y el Presidente y su gobierno siguen lejos de la calle. Ahora se dedican a lanzar frases aspiracionales donde pueden y donde se dejan. El país no es como se ve desde Los Pinos y menos aún como se ve desde Hacienda. La realidad es cada vez más lacerante.
Las posibilidades de una reacción social a las que se refería el rector de la UNAM tienen su sustento en otra variable: los jóvenes no tienen para dónde hacerse. En la zona caliente de Michoacán hay pruebas múltiples de ello. Un joven de unos 17 o 18 años nos dijo: “Entre ganar o no ganar mil pesos haciendo chambitas por aquí y por allá, o ganar 4 mil pesos sólo por avisar quién entra al pueblo, pues me quedo con estar avisando a quien me lo pida”.
El deterioro social transforma la escala de valores y el sentido mismo de la vida. Bajo las actuales condiciones, el estallido social no es un asunto de suposiciones o de gurús. Cualquier pretexto puede derivar en la materialización explosiva y violenta del hartazgo, la impotencia y la rabia.
¡OUUUCHCHCH! Pudo haberse equivocado el diputado Gerardo Priego en la forma en que dio a conocer algunas cuitas legislativas. La reacción de algunos fue absurda y desmedida. Lo que está de nuevo en la mesa es el absurdo dilema entre la opacidad y la transparencia, la misma que impulsa el auditor, al cual no casualmente los panistas quieren quitarle la silla.
El Universal, 28 de agosto de 2009
Nunca como ahora habíamos tenido una crisis económica como la que estamos viviendo; nunca como ahora la sociedad y el gobierno habían estado tan expuestos ante la delincuencia organizada en todos su niveles; nunca como ahora había tenido tanta influencia el narcotráfico en las políticas del gobierno y en las calles; nunca como ahora se había dado un deterioro social y económico tan dramático y grave; nunca como ahora se había presentado un nivel tan alto de desempleo: sólo en el último mes se sumaron a la lista 400 mil personas; nunca como ahora los políticos habían estado en tan alto descrédito. Para decirlo llanamente, nunca habíamos estado tan mal.
La posibilidad de un estallido social es para considerarse. Existen condiciones para que pueda pasar cualquier cosa. Más allá de los actos vandálicos que se presentaron en el Ángel, con motivo del triunfo de la Selección Nacional de Futbol sobre EU, la violencia y el racismo contra un grupo de ciudadanos extranjeros, a los que se les “ocurrió” pasar por ahí, muestra signos de lo que puede ser el futuro inmediato.
A lo que pasa en la calle se suma la insensibilidad con la que se gobierna. Pareciera que Felipe Calderón no ha caído en la cuenta de que perdió el referéndum en que convirtió las elecciones. Ha pasado más de mes y medio y el Presidente y su gobierno siguen lejos de la calle. Ahora se dedican a lanzar frases aspiracionales donde pueden y donde se dejan. El país no es como se ve desde Los Pinos y menos aún como se ve desde Hacienda. La realidad es cada vez más lacerante.
Las posibilidades de una reacción social a las que se refería el rector de la UNAM tienen su sustento en otra variable: los jóvenes no tienen para dónde hacerse. En la zona caliente de Michoacán hay pruebas múltiples de ello. Un joven de unos 17 o 18 años nos dijo: “Entre ganar o no ganar mil pesos haciendo chambitas por aquí y por allá, o ganar 4 mil pesos sólo por avisar quién entra al pueblo, pues me quedo con estar avisando a quien me lo pida”.
El deterioro social transforma la escala de valores y el sentido mismo de la vida. Bajo las actuales condiciones, el estallido social no es un asunto de suposiciones o de gurús. Cualquier pretexto puede derivar en la materialización explosiva y violenta del hartazgo, la impotencia y la rabia.
¡OUUUCHCHCH! Pudo haberse equivocado el diputado Gerardo Priego en la forma en que dio a conocer algunas cuitas legislativas. La reacción de algunos fue absurda y desmedida. Lo que está de nuevo en la mesa es el absurdo dilema entre la opacidad y la transparencia, la misma que impulsa el auditor, al cual no casualmente los panistas quieren quitarle la silla.
El Universal, 28 de agosto de 2009
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