Marco Rascón
Apuntando al fin del siglo XX, la amplia izquierda mexicana, empujando sus historias, forjada en sus propias batallas, constructora de conciencias, artes, pensamiento político y conceptos, respaldó el proyecto de La Jornada, nacido aquel septiembre de 1984, capaz de interponerse entre el poder y las causas sociales de aquellos años, cuando el régimen priísta envejecía y las luchas brotaban por todas partes ante la crisis económica crónica que beneficiaba la concentración del poder y a la oligarquía.
La efervescencia política e intelectual por los agotamientos y contradicciones mexicanas, enriquecida por los exilios y las migraciones, que nos acercaron a la idea de la universalidad de las causas justas para vernos y pensar al calor del debate contra las dictaduras, las nuevas políticas económicas que promovieron el golpe militar en Chile, la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, las luchas insurreccionales en Centroamérica y la perestroika soviética, fueron el remolino que metió las teorías de la construcción del socialismo a prueba y de donde surgió la reconversión de imperialismo en globalización, o la de países emergentes en vez de subdesarrollados y dependientes.Editorial ERA, de Neus Espresate; los títulos de la editorial Siglo XXI, de Alejandro Orfila; las Ediciones de Cultura Popular con sus textos y traducciones; cientos de periódicos, volantes, ediciones mimeografiadas, revistas como Punto Crítico agrupaban, abrían debate, publicaban y generaban riqueza de pensamiento amplio, colectivo, plural y progresista, que hoy se mira en los estantes de las librerías de viejo como leña olvidada o troncos derribados que un día dieron sombras y ramas.
Desde las revistas Política, de Marcué Pardiñas, y Proceso, muchas luchas sociales apreciaron la importancia del periodismo independiente. Romper el control del gobierno ejercido desde la venta de papel a través de Pipsa fue siempre un reto. Cambios venían: desde el interior del gobierno monolítico surgió también la práctica de la filtración de información a manera de resquebrajamiento y surgieron decenas de gargantas profundas, como las que hicieron el Watergate que acabó con la presidencia de Richard Nixon; pero lo que allá fue un golpe de escándalo en México se trató de un cáncer lento que minó al régimen priísta. Hoy la filtración es una práctica, dejó de ser un fenómeno para convertirse en cultura.
La Jornada es hermana de lo que surgió tras el sismo de 1985: acompañó la lucha universitaria en 1987, representada en el Consejo Estudiantil Universitario: CEU; incluyó los temas e investigaciones sobre los problemas de la ciudad de México, dando voz a las luchas populares y urbanas surgidas de los escombros, transformadas en movimientos democráticos por la reforma política del Distrito Federal para elegir a los gobernantes en la capital y haciendo eco a la organización del plebiscito en 1993, el cual se concretaría en 1995.
La reaparición de la fuerza del cardenismo con su enorme raíz, convertido en movimiento actualizado, amplió, actualizó, dio fuerza electoral e impulsó el paso lento de la izquierda como referente electoral, y en todo ese momento La Jornada fue referente, al igual que para movimientos y organizaciones que con la cooperación popular pagaban desplegados y cintillos.
La Jornada es sin duda alguna un proceso paralelo en la construcción del PRD y sus raíces. Es defensora de la movilización nacional contra el aplastamiento de la insurrección zapatista en 1994 y conectora entre sociedad civil y la insurgencia indígena del EZLN.
En movimientos contra la represión, muchos de ellos institucionalizados en comisiones de derechos humanos y en la representación legislativa, en deudores, programas alimentarios y asistenciales, influyó el papel de La Jornada como voz frente al poder, pues muchos de esos movimientos, cuadros políticos, activistas y dirigentes, a los cuales dio presencia, se volvieron al tiempo en parte del poder.
Hoy la falta de memoria y la idea de que el presente no fue producto de un proceso hacen a La Jornada fundamental para restituir la historia ante tanto olvido.
Cabe aquí criticar el papel de los intelectuales orgánicos a la aspiración del poder, que teniendo toda la libertad para hacerlo, pasaron de la hipercrítica a la condescendencia y que tomaron como tarea descubrir que la derecha existía (¿alguien lo dudaba?), renunciando a construir lo que eran valores y pensamientos distintos. Es mucha la responsabilidad de los intelectuales de este periodo, de las pobrezas conceptuales de la izquierda con actuaciones siniestras. Intelectuales que aceptaron la cohesión basada en inventar enemigos internos para el autoconsumo; que aceptaron la imitación del adversario. Entre los intelectuales de 1984 y los de 2009 existe una falla, a pesar de que muchos de ellos siguen siendo los mismos.
A 25 años de la aparición de La Jornada, el papel fundamental hoy es memoria y perspectiva; reagrupar y abrir para reconstruir el pensamiento colectivo como única forma de construir opciones progresistas.
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