Sunday, January 16, 2011

Adiós Mick Karn, adiós

Alonso Arreola 
alarreo@yahoo.com

¿Por qué no? Comenzaré diciendo qué es un instrumento fretless, sin trastes. Es algo simple. Una guitarra, o bajo, o violín, o viola o chelo que, sencillamente y como suele suceder, no tiene las múltiples líneas de metal que surcan su brazo para ofrecer tonos exactos. Esa sería una manera de empezar esta columna. Otra: Mick Karn nació en Chipre hace cincuenta y tres años y a lo largo de su vida se dedicó a crear música experimental con tintes pop, lo cual es comprensible tras su éxito con el grupo de new waveochentero Japan, al lado del gran David Sylvian. Otra: ha muerto Mick Karn, uno de los más grandes bajistas del pop rock mundial. No sé. Hay muchas formas de iniciar un texto mortuorio cuando no te duele escribirlo. Pero no es el caso. Duele.

Las veces que lo vi (en video, nunca en vivo), Mick Karn me resultaba un poco… ¿vanidoso?, ¿arrogante? Siempre arreglándose el cabello, caminando al frente como retando a la audiencia, parecía preocupado en superficialidades. Pero al ponerle atención era obvio que el tipo entendía la originalidad de lo que hacía. Y ojo: dije originalidad, no novedad. Porque, ¿a quién le importa la novedad? A los tontos que comparan música con modelos del iPhone; a quienes no saben envejecer y creen ganar minutos, segundos de vida con cada objeto o concepto “nuevo” que encuentran. Allí la pregunta de siempre: ¿nuevo para quién, en dónde, cuándo? ¿Para ti, en México, hoy? ¿Para alguien más, en China, mañana? ¿Es nuevo porque nos dijeron que lo era, porque se nos ocurre que puede serlo? Yo, la verdad, prefiero lo original sea nuevo o no, pues lo original nace desde el fondo causando entramados únicos de infancia, amores rotos e ignorancia. Lo original se consigue cuando el proceso de creación representa una necesidad, una tesis a comprobar, algo que en sí mismo deleita más allá de su resultado. Esto no invalida el hecho de que haya música por encargo o con fines específicos, verbigracia, cuyos resultados sean parámetro importante en su desarrollo. Sin embargo, artista se es a cada segundo sólo si ese resultado sucede una y otra vez, independientemente de lo que pase al final del túnel.
Así era Mick Karn. Así nos imaginamos que era. Así queremos que haya sido. Quién sabe. Tal vez su pinta airada lo definía bien. Pensamos lo contrario por la caricia de su mano izquierda. Su forma de deslizarla sobre el diapasón sin trastes, rigurosamente, comprometiéndose a fondo con una ocurrencia bella que a base de repetirse debía germinar en la piel y el tímpano. “When Loves Walks In”, pieza en la que hizo dúo con el propio David Sylvian, es un gran ejemplo. También lo son las maravillas de su único disco con Dali’s Car, banda de culto en la que compartió créditos con Peter Murphy. Y es que, ¿por qué detenía la búsqueda si el oro brillaba en los compases iniciales de cada canción? ¿Por qué se conformaba con unas cuantas notas girando, carnosas, jugosas, en lugar de apostar por el banquete completo? Enseñanza de una No Ambición peculiar, su manera de tocar presenta un mundo en donde la perla sólo vale si dejamos de buscar más perlas. Así, cuando en cualquiera de sus múltiples discos salta una línea magnífica, en lugar de esperar más debemos tomar aire y paladear una y otra vez lo conseguido.
Ojalá me entienda el lector. Tocar un instrumento fretless causa adicción y laberinto. La enorme y aparente expresividad que se logra arrastrando notas por su brazo pareciera darnos elocuencia automáticamente. Pero eso es sólo una apariencia, un primer impacto ante el cual no debemos sucumbir so pena de quedar defraudados prontamente. Ahí la razón de que en la sala de conciertos los glissandosvibratos ylegatos ocurran administradamente, sin abuso, pues lo contrario significaría hablar a gritos hasta la más romántica de las sentencias. Mick Karn entendió esto por encima de los más grandes virtuosos del bajo sin trastes. A Jaco Pastorius, su casi inventor, le tocaba el descubrimiento, lo justificaba ser el primero en pisar la Luna. A Percy Jones se le debe la inauguración en terrenos del rock. A Alain Caron la cumbre deljazz fusión con el uso de efectos. Pero nunca nadie, ni medianamente, lo tocó hasta hoy con el minimalismo y la paciencia de Karn. Por eso duele.
¿Habrá quienes entendieron el mensaje de sus formas por detrás del mensaje de su fachada? ¿Habrá alguien tomando esa estafeta perdida en el aire? Seguro que sí. Seguro que sí. Seguro que sí. Tres palabras, tres veces. Igual que esos tres acordes cromáticos e inmortales de Mick Karn en The Waking Hour.

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