Juan Carlos Rascón Holguín
“Era el problema de la pureza, el peligro de que las cosas delicadas, las cosas limpias caigan en manos sucias”
(Juan Carlos Onetti, Dejemos hablar al viento).
Venga tocayo, vamos a sentarnos aquí en la cima del cerro de La Campana a conversar con el viento y la luz de la noche encendida en Hermosillo. Le invito a usted porque ya no sé el idioma que se habla con voz de aire puro y electrones, y también porque hace mucho que no le hablo al niño que fui hace tanto tiempo. Lo que quiero que le pregunte a la luz y al viento es algo que seguro usted ya sabe porque allá vive: ¿cómo es la cara de la pureza? ¿Cómo trata la eternidad algo tan delicado como el alma de un niño? ¿Con qué los bañan? ¿Verdad que allá no tienen duchas de llanto? ¿Es cierto que los ángeles, los arcángeles, los querubines, las potestades, los coros, las denominaciones, los tronos, los principados y las virtudes tienen un sistema de limpieza espiritual a prueba de corrupción? ¿Es verdad que no se sufre nada, ni siquiera viendo películas buenas pero tristes porque allá la industria de Hollywood no tiene franquicia? Sí tocayo, tengo muchas y tontas preguntas y entiendo poco el idioma con que usted nació y se fue al cielo de donde vino, por eso le pido que ahora que sopla desde lo hondo de Altar este aire que parece que se lleva todo lo que fuimos, me explique un poco, al menos para saber que todavía podemos ser algo mejor, menos horroroso que la herida de no verle a usted y otros cuarenta y ocho inocentes que, bendito Dios, ya no sufren las agujas que nos clavan en la cabeza, en los pies y la garganta tanta pregunta sin respuesta, sin justicia, ni piedad. ¿Qué dice tocayo? Hable más fuerte porque yo ya soy viejo y medio sordo, me han atarantado los oídos del alma tantos gritos desolados y remojados en el caldo de tanta tragedia. Ah, ya entiendo, dice usted que para aprender lo que el viento y la luz dicen debo callarme y oír hasta escuchar cómo nace la más tierna espina en el saguaro más joven y cómo crece la biznaga más humilde. Está bueno tocayo, así lo haré, al cabo que usted es mi maestro. Dejemos que nos hable el viento y la luz nos escriba.
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