Monday, July 09, 2007

LAS VOCES LEGÍTIMAS


ISA

Las voces legítimas que esta semana ha seleccionado el servicio de noticias ISA son cinco; dos de ellas forman parte del gabinete del presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, y son las de Luis Linares Zapata y José Agustín Ortiz Pinchetti, secretarios de Desarrollo Económico y Ecología, y Relaciones Políticas, respectivamente. La lista de voces legítimas la completan Alejandro Encinas, Adolfo Sánchez Rebolledo y Rosa Albina Garavito.

Reunimos esta vez las opiniones de quienes se ocuparon de hacer un balance a un año de las elecciones del 2 de julio de 2006; los analistas coinciden, desde su muy particular punto de vista, en que a pesar de las descalificaciones al movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, éste representa un freno “al avance del desierto”; no se puede decir lo mismo del recuento de los daños causados por las acciones del gobierno calderonista (reforma a la ley del ISSSTE y fiscal, incorporación del ejército en la lucha contra el narco, alianzas estratégicas con el PRI en su búsqueda de algo que nunca tuvo: legitimidad. Por otra parte, se plantea la disyuntiva que enfrenta una izquierda dividida que no representa un contrapeso efectivo en este escenario.

Aquí sus voces, resumidas bajo la responsabilidad del servicio de noticias ISA.

Luis Linares Zapata. El supuesto año perdido (La Jornada). La andanada ha sido fenomenal en los medios de comunicación. La misma prensa escrita, con honrosas excepciones, se ha desgañitado en el griterío. Todos a una: López Obrador ha malgastado su capital político. El demagogo populista, el autoritario e iluminado rebelde, el que se autonombró víctima propiciatoria de una mafia.

A sólo un año de distancia de la elección de 2006 la caída de AMLO en el aprecio de los ciudadanos es dramática. Apenas 30 por ciento de ellos volvería a votar por él. Por Calderón, en cambio, lo haría más de 40 por ciento. ¡Caray, qué tragedia!, después de un año de protestas, de plantones en el mero corazón de la capital, de haber desaparecido del horizonte radiotelevisivo, mantener tal nivel de aprobación no puede ser entendido. Se olvidan de que Calderón tenía, hasta hace poco tiempo, más de 50 por ciento de posibles votantes, y que AMLO, aunque sea poco, pero recupera aceptación…Mientras eso ocurre, habría que soslayar con premura los datos de la cuenta corriente de la balanza de pagos y los saldos de la balanza comercial que alcanzan las decenas de miles de millones de dólares. Ambos indicadores apuntan la seriedad de peligros inminentes, de apuros económicos, de crecimientos ralos y limitados.

Es en el mundo donde habitan millones de mexicanos que merodean una existencia precaria donde López Obrador no duda en acudir para llevar un mensaje de aliento. Y de ahí mismo, desde esa polvorosa realidad, ha iniciado, con el auxilio de un puñado de colaboradores, la construcción de un movimiento que reponga la esperanza perdida o mitigue las desgracias que pueden tornarse desesperación colectiva.

Y ese movimiento avanza a pasos de 50 mil afiliados por semana. Hombres y mujeres que han respondido al llamado de una nueva República y que ya rebasan, a sólo cinco meses de su inicio, el millón de apoyadores, no únicamente de los marginados, sino con creciente participación de clasemedieros que ya no pueden con las colegiaturas de sus hijos o de esos otros que desean participar, por convicción personal, en este ya cuajado movimiento político, inédito en el país. Mientras, habrá que superar los escollos levantados por ésos que hablan del año perdido.

José Agustín Ortiz Pinchetti. ¿De la resistencia a la expansión? (La Jornada). AMLO divide sus proyectos en etapas claras y definidas. Hoy ha declarado que su movimiento pasó de la resistencia y va al crecimiento. Al cumplirse un año del atraco que le impidió ganar la Presidencia, cabría preguntarse si sus cálculos son correctos. Hay analistas que piensan que estos meses se perdieron. Otros ven el esfuerzo con escepticismo, pero no lo dan por muerto y pocos comparten su optimismo. Soy uno de ellos.

Creo que se puede decir que su movimiento resistió bien un intento de aniquilamiento. En una sociedad influida de modo decisivo por medios electrónicos controlados por grupos de interés asociados con el partido en el poder, no es poca hazaña. Por meses —mediante una campaña bien planeada— se trató de sacar al personaje y a sus simpatizantes del escenario político. Se le negó el espacio informativo que se hubiera concedido al principal opositor en cualquier democracia madura.

La eficacia de estos ataques y el costo político del bloqueo de Reforma logró en septiembre de 2006 reducir el apoyo a AMLO a una mínima expresión; 55 por ciento de la población decía entonces estar dispuesta a votar por Calderón si las elecciones se repitieran. Apenas un poco más de 20 por ciento insistía en votar por Andrés Manuel. Lo peor era el voto negativo (los que decían que nunca votarían por él): había pasado de marzo de 2006 con un modesto 17 por ciento a un terrible 49 por ciento. Con escasos recursos, Andrés Manuel emerge al cumplirse un año de los comicios con una recuperación sorprendente. Mientras Calderón bajó de 55 a 45 por ciento, AMLO ha subido de los tristes 20 a 31 por ciento.

Pero el éxito de Andrés Manuel no es sólo un fenómeno de opinión pública. Hasta la semana pasada había logrado en poco más de cuatro meses realizar 540 mítines en casi todo el país. Esto está corroborado plenamente por el número de asistentes a las asambleas y por el registro de simpatizantes que llegó la semana pasada a la bonita suma de un millón diez mil ¿Qué partido no lo envidiaría?

Hay una franja enorme de la población dispuesta a seguirlo contra viento y marea. El cálculo es que esta corriente podría sumar 5 millones en 2008. Y hay que hablar de calidad: cualquiera que haya asistido a los mítines se dará cuenta que hay en curso un fenómeno inédito y una significativa vitalidad política.

AMLO y sus simpatizantes nada hemos hecho para acreditar que somos “un peligro para México”. Al contrario, el civismo y el carácter pacifista convierten este movimiento en un factor estabilizador.



Alejandro Encinas Rodríguez Un año después (El Universal). Han transcurrido 365 días y hemos sido testigos de la búsqueda infructuosa por acreditar una legitimidad no lograda en las urnas.

En qué ha intentado fincar Felipe Calderón su legitimidad:

En el PRI: este partido se ha constituido en una costosa “fuente de legitimidad”. No me refiero sólo al acuerdo con los gobernadores que convocaron a votar por un candidato distinto al de su partido a cambio de impunidad (Puebla, Oaxaca), lo cual representa, además de un chantaje permanente, un costo mayor para la precaria justicia mexicana, sino también a la entrega del control del Congreso de la Unión y a la alianza estratégica, establecida desde el gobierno de Fox, con los sectores corporativos más corruptos, a quienes se recompensa los favores recibidos con grandes negocios, como la administración de las pensiones de los trabajadores al servicio del Estado.

En el discurso del orden y el endurecimiento: el saldo de la incorporación del Ejército en la lucha contra el narcotráfico es desfavorable, basta ver el reportaje presentado hace unos días por Denise Maerker acerca del operativo en Sinaloa tras el homicidio de una familia inocente: nueve detenidos y 160 gramos de mariguana decomisados. Sin embargo, tras el despliegue mediático, la percepción ciudadana favorece estas acciones, lo que ha venido a fortalecer acciones autoritarias, llegando a extremos como suspender ilegalmente garantías y criminalizar a los jóvenes con los toques de queda decretados en Ciudad Juárez, Chihuahua, y San Nicolás, Nuevo León, que impide a menores de edad transitar en vía pública después de las 22 horas. Legitimar con las botas lo que no dieron los votos.

Los medios de comunicación: el cobijo y control de los medios, para quienes la realidad de nuestro país registra una visión unipolar, homologadora y sesgada. Una pretendida legitimación mediática que, además del bloqueo informativo a la oposición, persigue a los medios y comunicadores que no se alinean al oficialismo.

Los sectores más conservadores de la Iglesia, que desde el púlpito o de sus “instrumentos de evangelización” como el semanario Desde la fe, incuban el huevo de la serpiente.

En este intento frustrado de legitimación se pretende eliminar a la izquierda del imaginario colectivo, lo que muestra una vez más la soberbia de una derecha intolerante que no acaba de entender que el saldo de la elección de 2006 ha dejado, más allá de las pugnas partidarias, una profunda división social entre mexicanos; lo más preocupante es que en la maltratada democracia mexicana el 2 de julio corroboró, una vez más, que para los poderosos la transición sólo será posible si la alternativa a elegir por la mayoría no altera los intereses y privilegios de las élites económicas. El 2 de julio no se olvida.

Adolfo Sánchez Rebolledo. A un año (La Jornada). Andrés Manuel informó el domingo que ya llevaba registrados un millón de representantes del gobierno legítimo de los cinco que espera reunir durante esta etapa. En buena hora. Se trata de un gigantesco conglomerado ciudadano dispuesto a movilizarse en torno a varias causas fundamentales, entre las cuales destaca la defensa del patrimonio nacional y, por ende, la oposición radical a toda forma de privatización de las industrias del petróleo y la electricidad. En esa fuerza emergente se halla, sin duda, parte importante del capital político acumulado por López Obrador, la concreción de un esfuerzo electoral que tuvo como bandera principal la causa de los más desprotegidos y olvidados, la reivindicación de un programa donde la desigualdad deja de ser una cifra más, un dato revelador y moralmente inasimilable, pero funcional con la lógica del sistema y el poder.

Perseverar en ese camino es, en mi opinión, el saldo más favorable de un año realmente difícil, la aportación singular de la izquierda a un exiguo debate nacional, caracterizado por el afán oficialista de conseguir la normalidad sin intentar siquiera reflexionar sobre la naturaleza de la crisis que aqueja al país. El gobierno repite las viejas fórmulas o procura la mediocridad del arreglo “táctico” para no levantar polvaredas en materia fiscal. En un año hemos visto toda suerte de campañas contra López Obrador, incluyendo la que se hizo para probar ex ante que éste fracasaría en el intento de reunir en la plaza a sus partidarios. No lo han conseguido.

Ahora está en curso otra ofensiva cuyo objetivo es bastante elemental: introducir la cuña de la división entre López Obrador, los gobernadores y los grupos parlamentarios que constituyen el Frente Amplio Progresista (FAP), aprovechando la aparente descoordinación entre ambos (o diferencias reales) y la ausencia de un trabajo político cotidiano y visible por parte de los partidos aliados. Pero hay algunos elementos que contribuyen a dichas campañas. Por ejemplo, la desconfianza existente en algunos círculos izquierdista a concebir el trabajo parlamentario como esencial para el despliegue de la alternativa de la izquierda o la aceptación acrítica de la dicotomía entre la acción “desde abajo” y la actuación en “las instituciones del Estado”, como si la complejidad del momento se redujera, una vez más, a la redición del viejo debate entre “dialoguistas” e “intransigentes”.

Ninguna “alternativa” será viable si no se concreta en las urnas. Si la izquierda aspira a ganar las elecciones de 2009 y luego las presidenciales de 2012 tiene que comenzar ahora, construyendo la estructura territorial que es imprescindible para que no se pierda un solo voto favorable. Este trabajo no es opcional, pese al desencanto que ya consignan las encuestas. Se dirá, con razón, que el problema es político y no organizativo. Pero es difícil imaginar un cambio de fondo sin modificar esa especie de bipartidismo electoral, anómalo, sobre el cual se sustenta el “régimen de partidos” en algunas regiones del país. Ganar las elecciones supone hacer realidad la unidad dentro y fuera de los partidos que participan en el FAP, y atraer a sectores distantes de la izquierda organizada, lo cual es complicado de lograr, como hemos visto.

Rosa Albina Garavito ¿Cero negociación? (El Universal). El mensaje de Andrés Manuel López Obrador al PRD y al FAP, a propósito de la iniciativa de reforma fiscal del gobierno fue: “Nada de negociaciones con la derecha… no podemos nosotros secundar, no podemos ser una izquierda legitimadora”. Y aunque los legisladores del FAP han anunciado: “Decimos no a nuevos impuestos. Sí a nuestra participación en el debate y el cumplimiento de nuestra responsabilidad legislativa”, será en la reunión del Consejo Nacional del PRD, que se celebra este fin de semana, donde se decida la postura de ese partido en la materia.

Lo cierto es que estamos frente a otra escaramuza más entre el líder social y político más importante de la izquierda y el aparato del PRD y del FAP. Escaramuzas que no llegan a ser debates de ideas y proyectos, porque hasta ahora han sido superadas sólo por el cálculo del costo político de decir no a AMLO. Mientras tanto, la fuerza política de la izquierda acumulada en 35% de votos el 2 de julio del 2006 se derrocha; una verdadera lástima porque no es la suerte de AMLO o de los aparatos de la izquierda partidaria lo importante, sino el futuro del país.

Desde ambos espacios, la pregunta que tendrían que plantearse es: ¿cómo obligamos al gobierno a negociar de manera transparente, de cara a la nación, no un remedo de reforma fiscal o reforma del Estado, sino el proyecto nacional que se plasme en nuevas instituciones y acuerdos sobre todos los órdenes de la vida nacional?

La izquierda no debe legitimar un gobierno de origen fraudulento; pero un emplazamiento público no sólo al gobierno sino a todas las fuerzas políticas para lograr sacar al país del agujero en que se encuentra no legitima a nadie; simplemente contribuye a que la política empiece a escribirse como debe de ser, con mayúsculas.

La izquierda no necesita debilitar al gobierno con la negativa a negociar; el gobierno nació débil por las manipuladas elecciones, por las presiones del exterior originadas en una larga historia de subordinaciones, por el poder de la delincuencia organizada, por la degradación económica y social. Sería un pobre y triste afán de la izquierda querer hundir al gobierno para ocupar su espacio, primero porque lo que existe en el gobierno es un vacío de poder. Lo sería también legitimarlo a cambio de pequeñas componendas.

En cambio, un objetivo más noble y eficaz es reconstruir al Estado para romper el círculo vicioso entre gobierno débil y país a la deriva. Y esa reconstrucción requiere no de una izquierda funcional y legitimadora, pero sí de una izquierda que sepa hacer política con mayúsculas, esto es, que piense en el futuro del país. De otra manera será corresponsable del probable destino de que México sea declarado “país no viable”. Sí, cuando ya estemos viviendo las consecuencias del agotamiento de las reservas petroleras. Así que la izquierda tiene la palabra.

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