Ricardo Rocha/ El Universal
Tres asuntos confluyen desde la memoria cercana. Todos con una dolorosa carga de ignominia.
Se acaba de cumplir un año de que salieron a la luz aquellas grabaciones del oprobio entre el textilero Kamel Nacif y el gobernador poblano Mario Marín, quien a partir de ese día quedaría inevitablemente rebautizado como el góber precioso. Todavía causan náuseas las frases de uno y otro; particularmente a los periodistas nos golpea aquello de "pa´ que aprenda la vieja cabrona" porque nos atañe a cada uno de nosotros. El caso es que Lydia fue secuestrada, torturada, atropellada y encima de todo sometida a la presión de un costoso y desgastante juicio en su contra -que afortunadamente ya ganó- por aquellos que ella desenmascara en su libro Los demonios del Edén.
Una denuncia que reavivó el tema vergonzante de la explotación sexual infantil al grado de la promulgación de una ley con penas más severas para los infractores y protección a nuestros niños. Qué bueno por ese lado. Qué malo sin embargo que el señor Mario Marín siga tan campante gastándose cientos de millones de pesos en lavar una imagen de delincuente, abusivo y pendenciero.
Ahora la Suprema Corte tiene el caso en sus manos y los mexicanos esperamos, demandamos un mínimo de congruencia y un castigo ejemplar para quien usó el poder político y policiaco para congraciarse con el poder económico. Todo en perjuicio de una ciudadana ejemplar, periodista valiente, y fundadora y todavía directora del Centro Integral de Atención a la Mujer violentada y a sus hijos (CIAM) en Cancún. Qué vergüenza.
La Corte también ha dado un giro inesperado en el caso Atenco al reconocer que los cuerpos policiacos que participaron en los operativos del 3 y 4 de mayo en Texcoco y San Salvador sí violaron gravemente las garantías constitucionales de su pobladores.
Al igual que en el caso Cacho-góber precioso, se ha formado una comisión investigadora para deslindar responsabilidades y consignar a los responsables. Por lo pronto, hay un verdadero cúmulo de pruebas en videos, fotografías y otros testimonios que evidencian golpizas, torturas y violaciones a mujeres y hombres que fueron capturados y secuestrados sin una orden judicial, privados de su libertad y encerrados en mazmorras infames. Todavía hoy, muchos de ellos se encuentran presos. Algunos, como es el caso de Ignacio del Valle -uno de los líderes más notorios de los de Atenco-, incluso en el penal de máxima seguridad del Altiplano en Almoloya. Como si se tratara de un capo del crimen organizado y no de un luchador social. Por eso, lo que tiene que asumir la Corte si se decide a ir a fondo es que Atenco es una venganza cruel y perversa de Vicente Fox contra los atenquenses.
El entonces presidente nunca les perdonó que se opusieran a aquel aeropuerto que hubiera sido la única obra notable de un sexenio gris y fallido. Como él mismo lo dijo hablando de López Obrador, Fox es un hombre de "desquites" y solamente así se entiende la absoluta fiereza e impunidad con que actuaron los gorilas enviados a reprimir, golpear, torturar y violar a Atenco. Fue la hora de la venganza foxista. Qué vergüenza.
Donde también reaparece Fox es en los dimes y diretes con el gobernador Moreira, de Coahuila, sobre el hecho de que el ex presidente le pidió hace un año que capturara y encarcelara al depuesto líder minero Gómez Urrutia para culparlo de la tragedia de Pasta de Conchos, que costó la vida a 65 trabajadores.
Otra revelación que dimensiona hasta el pigmeismo al grandote de Guanajuato (perdón, José Alfredo) y lo muestra una vez más al servicio de los poderosos y con el menosprecio que siempre tuvo por los desvalidos.
Cualquiera que haya investigado medianamente sabe que fue un crimen de negligencia industrial. Que el cambio ilegal de dirigencia sindical fue operado por Fox y su gobierno en contubernio con Grupo México. Que también en beneficio de los propietarios de la mina operaron falsos escenarios y fachadas mediáticas para exculparlos de cualquier responsabilidad. Que sobre todo esto mucho tienen que declarar los ex secretarios de Gobernación, Santiago Creel -cobijado en el Senado- y Carlos Abascal, y el del Trabajo, Francisco Salazar, estos últimos refugiados en el PAN. Y por supuesto el director de esa patética orquesta: Vicente Fox. Qué vergüenza.
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