Miguel A. Semán
Insurrectas y Punto
La suba del precio de los alimentos durante el año 2007 sumó 119 millones de personas al ejército del hambre, con ellos ya van reclutados casi 1.000 millones de personas en todo el planeta. En América Latina y el Caribe la cifra que había caído de 53 a 45 millones entre los años 90 y 2.005, como consecuencia del alza de los precios del trigo, el maíz, los lácteos y el arroz trepó a 51 millones en 2.007. Lo increíble es que el incremento no está ligado a la falta de alimentos ya que la región produce, en promedio, un 40% más de lo que necesita.
Aquella inflación mundial de un año atrás provocó la algarabía de países productores como Argentina y Brasil, que engordaron sus reservas sin que decreciera su población de hambreados. En esos tiempos de bonanza el presidente Lula dijo que el aumento del precio de los alimentos debía recibirse con alegría porque significaba que los pobres del mundo habían empezado a comer. Es una pena que no les haya avisado que había llegado la hora de la comida a los 32 millones de chicos que en su país viven en familias con un ingreso inferior a 40 dólares al mes.
La misma escalada alcista, de precios y pobres, provocó, como coletazo en la Argentina, la lucha entre el gobierno y los productores rurales por los excedentes de esa renta excepcional. Los dos bandos en guerra sin darse cuenta apelaron al mismo discurso autista. El mundo necesita lo que nosotros tenemos, dijeron, como si no estuvieran hablando de hambre y de comida. Unos y otros creían que nadaban en un océano de dólares y soja ubicado a millones de años luz de los pre-cadáveres del Chaco, los desnutridos de La Rioja y los pibes malditos del conurbano bonaerense. La misma distancia, pero para el otro lado, que los separaba de los monopolios exportadores de cereales cuyas ganancias permanecieron intactas.
Hoy, como consecuencia de la crisis financiera internacional, los precios de los alimentos bajan. Sin embargo los costos de la caída también los pagarán los pobres. Ahora, porque en vez de inversión y aceleramiento de las economías, habrá desconfianza de los inversores, recesión y desempleo. Los mercados, dicen los economistas, hoy tienen un comportamiento irracional porque actúan dominados por el pánico. Lo dicen tan sueltos de cuerpo como si ayer, cuando los movía el motor del lucro sin límites, hubiesen sido racionales.
Se necesita, según la FAO, una inversión de 30.000 millones de dólares anuales, durante diez o quince años, para solucionar el problema del hambre en el mundo. El gobierno de Bush puso 700.000 millones sobre la mesa y ya perdimos la cuenta de lo que gastó Europa para que sus gigantes de papel no se derrumben unos a otros como en una danza de borrachos.
Mucho menos reclama el hambre para dejar de ser. Hace tres meses la Municipalidad de Chilecito, a 200 kilómetros de la ciudad de La Rioja, detectó 400 casos de chicos desnutridos. Los funcionarios admitieron que esos 400 chicos habían desbordado el sistema. Hace unos años les llegaban módulos alimentarios de la Nación. Los módulos con el tiempo pasaron a ser tickets y los tickets de cincuenta pesos, para la compra de carne y leche, con la inflación pasaron a ser nada.
El hambre no es un fenómeno de la naturaleza, como algunos creen. Tampoco es una enfermedad, ni una consecuencia indeseada del clima. Es una invención humana tan letal y temible como las armas químicas que Bush y sus aliados decían buscar en Irak. Como todo instrumento de destrucción masiva se aplica de manera racional y selectiva sobre determinadas regiones del planeta y apunta al exterminio de las razas y los sectores sobrantes de la población mundial.
Si no fuera así no se explicaría que 2 millones y medio de niños en la Argentina no alcancen a cubrir sus necesidades de alimentación, salud, vestimenta y educación y que 400.000 de ellos sean indigentes. Que en medio de este panorama los índices oficiales proclamen el descenso de la pobreza y la mentira sirva de fundamento para la reducción de los programas alimentarios. Y que todo esto pase, además, en el quinto país exportador de cereales del mundo.
Para algunos se trata nada más que de una paradoja. Nosotros seguimos diciendo que es un crimen. Un negocio tan macabro y colosal como la guerra. Quizás por eso en medio de la crisis las potencias del mundo hayan corrido a rescatar a los fabricantes del hambre en vez de tenderles una mano a los hambrientos.
Fuente: APE/ Argenpress
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