René Zúñiga
Un viernes en el barrio antiguo
El Iguana, un antro donde la versatilidad y sencillez del espacio contribuyeron a disfrutar una noche con crónica urbana, unas cervatanas y sobre todo con blues.
Un barrio de otros tiempos
Ya el caminar por las estrechas calles del barrio te transportan a un estado de visión acrecentada, donde las imágenes son terribles o maravillosas. Chavos con atuendos que sugieren una sarao medieval y en las estrechas banquetillas, sujetos arrastrando amargura y violencia dibujada en el rostro del divertimento tecatero y de fin de semana. No hay estacionamientos, los franeleros, gente sin trabajo estable, hacen de las suyas exigiendo hasta cincuenta pesitos por cuidar su cochecito y evitar " que le pueda pasar algo ". Chicas de alcurnia, tonos de voz que contrastan con su indumentaria de ropa reciclada y consultan nerviosamente su celu, para evitar ser dejadas por el metro, mientras los pretensos observan con indiferencia la consulta y solo sueñan con robarle a la morrita un fajecito. Nadie puede decir que el barrio sea elitista, hay antros donde el acceso a la barra libre cuesta la módica suma de cincuenta pesos para aquellos con dinámica suicida, cheves de a seis o diez pesillos y claro, hay también chavos bien que llegan dispuestos a todo en convertibles europeos o ya de a perdis gringos, con pesos en la bolsa y éxtasis en los sentidos.
Al ingresar al Iguana las sombras de los muros nos sugieren otros tiempos, cuando el silencio reinaba en el barrio y se escuchaba con serenidad ya tarde: ¡ buenas noches ! y de mañana; ¡ buenos días ! con una cordialidad que ha desaparecido de los barrios nuevos o viejos. La histeria institucionalizada vomita insultos, miradas con rabia contenida y pedales que responden con velocidades que dejan una cauda de ruido, contaminantes e indiferencia, en una ciudad cosmopolita y moderna.
Casa de Reyes, Blues
Después de disfrutar los amores de Chucho y su chava teibolera, suben al escenario cuatro sujetos de buena catadura, sonrisas fáciles y con una concentración que augura un buen concierto. Efectivamente, una armónica que aúlla como quiere, un bajo que taladra, en buen sentido, una batuca pesada, contundente y por supuesto un requinto solista con reminiscencias de aquellos requintos clásicos, con wah wah y toda la cosa. Si, como no. Un Cruz que lleva la cadencia del blues de la Casa de Reyes, chingona, estridente y absolutamente disfrutable, una chamarra negra arropando la armónica que da el toque especial a las interpretaciones de un grupo poco común en un escenario donde la mayoría de las agrupaciones sueña con la engañosa fama, tocar en televisa y ser famosos para siempre. Reyes Victoria rescata el gusto por la música, como forma de vida donde no se puede ser neutral. Eres sujeto que busca afanosamente la encrucijada para entregarle el alma a la vida a través de la música. Reyes Victoria, un disfrute en la yerma tierra donde vivimos y construimos sueños todos los días.
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