Ricardo Bada
Vargas Llosa se declaró hace poco ferviente defensor del papel, del cual dijo que le “infunde un respeto casi religioso al escritor”, y añadió, de manera contundente: “Si la literatura se hace sólo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo”, después de lo cual terminó creando una falsa dicotomía entre el libro y la máquina: “La gran amenaza son las máquinas que puedan acabar con el libro. No sabemos qué va a pasar con ese desafío para la literatura que es la pantalla.” [Pareciera, diría yo, como si a los libros los imprimieran artesanos, con sus manos, y no, desde Gutenberg, unas máquinas impresoras.]
El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, de quien tomo las citas anteriores, le replicó así: “Vargas Llosa tiene razón: no sabemos qué pasará con la literatura ante los nuevos desafíos tecnológicos. Lo que sí es seguro es que hay niños y adolescentes que algún día serán escritores y que hoy tienen ‘un respeto casi religioso’ por la pantalla. Concluir que no habrá ‘profundidad y riesgo’ en la literatura escrita por ellos es, cuando menos, apresurado. Y cuando más, arcaico”.
Yo nací en ’39 y pertenezco más bien a la generación del último Premio Nobel, nacido en ’36, que a la de Paz Soldán, quien es del ’67, el año en que nació mi primera hija, Rebeca. Y sin embargo, con quien me siento más vinculado, en este tema, es con el joven boliviano. Quizá porque escribo en pantalla, cosa que Vargas Llosa no hace. Y de igual modo que Vargas Llosa aún debe sentir, como buen escritor de raza, el vértigo de la página en blanco (que también yo lo he sentido, sin ser escritor de raza), yo siento ahora el vértigo de la pantalla en blanco.
Con una atenuante respecto del papel, y es que ahora sé que una vez embarcado en la tarea, escribiendo ya el texto, dispongo de un instrumento impagable para crear una página paralela, con información escrita y gráfica, e incluso sonora. Dicho de otro modo, la pantalla es un aprendiz de brujo que ayuda a mantener el control sobre las escobas. Pero hasta que se entienda a cabalidad, y se desarrollen todas sus potencialidades, todavía queda un camino por recorrer, con ayuda de la palabra y de los signos convencionales, cuyo número se encuentra sumamente acrecentado en la pantalla por la existencia de los emoticones.
[Permítanme aquí un inciso acerca del botox: unos investigadores de la Universidad de Múnich han verificado que los implantes de botox, además de restarle capacidad mímica al rostro, hacen que también disminuya la actividad cerebral relacionada con los sentimientos. Y desde mi punto de vista, los emoticones no son otra cosa sino el botox del idioma. Enriquecedores como signos, empobrecedores como expresión de sentimientos, sobre todo porque se abusa de ellos.]
De lo que quiero hablar es de si uno de los formatos de escritura en la pantalla, y que constituye un limes, un nuevo confín de la posibilidad de expresarse, lo podría ser también de la creación literaria: hablar pues del blog, que en España se suele llamar bitácora, con base en un préstamo del lenguaje náutico. Y está bien que así sea, porque los blogueros somos quizás los más redomados de los internautas.
Llegados a este punto, lo primero que debemos precisar es que no todos los blogs, por serlo, son literarios. No todos los blogs son espacios donde se produce la creación literaria. Y lo segundo que debemos tener en cuenta es que no existe una frontera clara, a los efectos de la creación literaria, entre el blog y cualquiera de los demás espacios virtuales propios. De manera que en todo lo que sigue estaré hablando indistintamente de blogs y de espacios en pantalla porque, para aquello que aquí nos interesa, son experiencias canjeables y homologables (casi).
¿Qué es, qué significa tener un blog, en qué medida condiciona su escritura (si es que la condiciona) la existencia de un público latente y potencial, muy distinto del que por azar se pierde en las librerías (porque el lector nato no se pierde en ellas, sino que acude a ellas de modo ex profeso)? ¿Qué uso se hace, suponiendo que se haga, de las posibilidades técnicas del medio (los hipervínculos, los enlaces, etcétera), o bien simplemente se ve en el blog otro soporte no muy distinto del papel? ¿Son los propios blogueros seguidores impenitentes de algunos blogs, como aquellos lectores enfermos de “charles-dickensitis” que aguardaban en los muelles de Nueva Inglaterra la llegada de los barcos que traían impresas desde Londres las nuevas desventuras de Little Nell y de Oliver Twist, etcétera?
A este respecto, el 12 de enero, en un blog del Diario Vasco, encontré el siguiente comentario: “Mi madre es joven y no tiene manías ‘de vieja’ todavía. Me respeta la libertad y así nos llevamos mejor. Mi padre es más impositivo y tan sólo consigue que yo le lleve la contraria aunque sea por gusto.” Pero lo que más me llamó la atención no fue el comentario, sino la firma: “Leyre, lectora de blogs.” Esta es la nueva generación de lectores que está en marcha.
Los lectores y comentaristas de blogs contribuyen a hacer cierta, de manera físicamente perceptible, aquella afirmación de Joseph Conrad según la cual: “El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector. Llegado a este punto me atreveré a lanzar la primera afirmación teórica sobre el blog como nuevo confín de la creación literaria, y es que en él se rompería (como tan gráficamente lo ha definido Esther Andradi, la escritora argentina radicada en Berlín, habitual colaboradora de estas páginas) la relación de jerarquía entre el lector y el autor”.
blogosfera.ultimahora.com
Es lo que en términos espaciales supone el paso de la relación vertical autor-lector a la relación horizontal autor-lector: ya el lector no tiene por qué contentarse con el recurso posterior a las Cartas del Lector (en el caso del periodismo) o la carta enviada al autor (caso más raro, cuando se trataba de libros), sino que puede hacer uso del recurso inmediato del comentario en el foro del blog o la columna.
A esa relación horizontal se debe quizás el gran revolcón que remeció al periodismo desde las postrimerías del pasado siglo, y que fue producto de la dinámica que estableció el sistema de blogs. Y según otro bloguero, el poeta salvadoreño Miguel Huezo Mixco, golpeando en el mismo yunque, esa es “una percepción de ‘cercanía’ que altera la idea de llanero solitario que ha dominado en la representación del escritor”. Sólo que esa “percepción de ‘cercanía’”, a veces, revierte en unas consecuencias que recuerdan una vez más al aprendiz de brujo. Es lo que ha sucedido con el blog de la escritora mexicana Ángeles Mastretta.
Si ustedes abren el blog de Ángeles encontrarán sus posts escritos en esa prosa suya personal, inconfundible, de Mastretta. Gozarán leyéndola. Pero si luego se dedican a leer la cauda que sigue a esos textos, el mazacote de comentarios que muchas veces pasan de cien por cada post, se van a encontrar con la existencia de lo que yo he llamado “el conventillo”, una de esas casas de vecindad donde cohabitan decenas de familias, alrededor de un patio común al que dan todas las puertas de los distintos habitáculos. Son lo que en Madrid se llaman corralas y en el Río de la Plata se conocen con el nombre de conventillos, y que se articulan acústicamente como una colmena de continua conversación entre los vecinos... o mejor casi nada más que las vecinas, porque los hombres suelen estar o en el trabajo o en la taberna.
Pues bien: ese esquema se halla reproducido casi a escala 1:1 en las caudas de comentarios del blog de Ángeles Mastretta. Al calor de sus textos se ha creado una comunidad que es auténtico reflejo de la globalización, al menos dentro del idioma español, pues en ella conviven desde vascos hasta ticos, desde colombianos hasta chilenos, casi no hay una sola nacionalidad de este idioma que no se encuentre representada en ese conventillo.
Y ahora viene lo más importante: el texto de Ángeles Mastretta casi no les importa. Es un mero pretexto para iniciar la conversación entre ellos, algunos de los cuales están tan bien educados que a veces se dirigen a la dueña del conventillo para que no vaya a sentirse arrinconada en una casa tomada, como la del célebre cuento de Julio Cortázar. Está claro que esto no tiene nada que ver con la creación literaria en sentido estricto. Pero me interesa reseñarlo porque, sin quererlo, es un experimento de laboratorio de lo que podría llegar a ser una literatura interactiva. La utopía que llevase a la práctica, de manera físicamente perceptible, aquella frase de Conrad que cité antes: “El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector.
Pero recapitulemos lo que llevamos analizado a lo largo de las líneas precedentes y hagámoslo de una forma que justifique el título de este articulo: ¿es o puede ser el blog realmente un nuevo confín de la creación literaria?
El vocablo “confín”, tal como lo define la Real Academia, aquí nos interesa como sustantivo, esto es, como la raya que divide poblaciones o territorios y que señala los límites de cada uno; o bien como el último término a que alcanza la vista. Esta segunda acepción me parece la que deberíamos aplicar aquí. Y entiendo que puede describirse gráficamente diciendo que vivimos todavía en la Galaxia Gutenberg, pero desde ella oteamos el horizonte, y el último confín que alcanzamos a ver es una pantalla, adonde parece como si la rotación imparable de la Galaxia nos estuviera conduciendo inapelablemente mientras se desguaza a sí misma. Y en ese sentido, entonces sí, entonces el blog, la escritura en pantalla, terminará (terminaría) siendo un confín literal de la creación literaria.
Yo soy un escribidor profesional, esto es: alguien que escribe por dinero y para ganarse la vida, pero incluso sin ser un escritor vocacional me encanta sacarle todo el jugo posible a la fruta que muerdo. Y uno de los momentos más felices de mi vida como escribidor fue aquel en que una persona muy querida me explicó la sencilla manera como se pueden implementar hipervínculos dentro de un texto. A partir de ese instante fue que me di cuenta cabal de lo verdaderamente creativo que podía ser escribir en pantalla para un autor vocacional que quisiera abrirle puertas y ventanas a su texto, sin salir de esa pantalla. A partir de ese instante sé que sí, que la escritura en pantalla puede llegar a ser uno de los confines más creativos de la literatura, a condición de que no reduzcamos la pantalla al papel esclavo de nada más que reproducir nuestra palabra, sino darle alas por medio de todos los recursos virtuales, para que el buen lector tenga a su alcance las mismas o parecidas experiencias visuales y acústicas de las que dispone el autor mientras escribe.
Por supuesto, un hipervínculo jamás podrá sustituir el dizque infalible olor de la magdalena de Proust. Pero si Aldous Huxley hubiese escrito en pantalla su libro sobre los endemoniados de Loudon, intercalando en los momentos cruciales unos hipervínculos que nos remitiesen a una puesta en escena de la ópera de Penderecki basada en ese libro, ello habría enriquecido la visión de ese mundo que Huxley nos muestra en su obra, de un modo que todavía no hay léxico para describir.
Yo no lo veré, porque el tiempo no me alcanzará para ello. Pero llegará un 10 de diciembre en Estocolmo, en que alguien acudirá a recibir el Premio Nobel de Literatura, de manos del rey (ojalá mejor la reina) de Suecia, y ese galardón le habrá sido concedido por convertir el blog en un espacio de creación literaria gracias al cual las nuevas generaciones no le perdieron el gusto ni a la literatura ni a la lectura; antes al contrario, se lo ganaron. Hasta el punto de que de vez en cuando, y por haber mantenido la costumbre de visitar los domingos los mercados de pulgas, también comprarán –¡y para leerlo!– algún objeto de aquellos que sus padres llamaban “libros”.
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