Monday, May 28, 2007

Tinariwen: el rock se pone turbante

FERNANDO NEIRA

Siete tuaregs conquistan el mundo desde el sur del Sáhara al ritmo de sus ásperas guitarras de blues. Su música, orgullosa y dolorida, ha seducido hasta a Keith Richards. Al frente de la banda, Ibrahim Ag Alhabib revive su pasado como guerrillero con un Kaláshnikov al hombro.
Está el rock and roll preparado?". Con este provocativo titular saludaba en portada la revista británica Songlines el nuevo disco de los saharauis Tinariwen, un septeto de tuaregs que tocan puro blues africano con afiladas guitarras eléctricas. La suya es música áspera, sombría y no particularmente accesible, pero su torrencialidad ha obrado el milagro: Aman Iman (El agua es vida), el disco en cuestión, ocupa el primer puesto en la lista europea de ritmos étnicos, al tiempo que la banda se apresta para ejercer de telonera de los mismísimos Rolling Stones el próximo mes de agosto, en su concierto del castillo dublinés de Slane.
Al frente de Tinariwen, Ibrahim Ag Alhabib empuña su Stratocaster con un brillo de orgullo en la mirada y un razonable parecido físico con ¡Keith Richards! "A fin de cuentas, los dos tocamos blues", concede entre risas, "así que debemos compartir alguna conexión genética". Pero su periplo vital es, seguramente, aún más fascinante que el del autor del riff de Satisfaction. Ag Alhabib concilió durante años su carrera musical con la de soldado y en 1990 encabezó la rebelión militar tuareg contra el Gobierno maliense. Fueron tiempos en los que Ibrahim se echaba al hombro, junto al mástil de las seis cuerdas, un subfusil Kaláshnikov. "La guerra es guerra y la música es música, no conviene confundirlas", reflexiona tras un intenso silencio. "Mi carrera de soldado fue sólo un episodio de mi vida, pero ahora sé que la música es un arma mucho más efectiva. Cuando los hombres del desierto nos sublevamos, sólo se enteraron en Malí y Níger, además de algún intelectual y un puñado de periodistas franceses. Ahora el éxito de la música tuareg nos permite enseñar al mundo que existe una ciudad llamada Kidal, al sur del Sáhara, donde habita una de las civilizaciones más antiguas de la tierra".
Convertidos en auténticos embajadores volantes de su pueblo, los siete integrantes de Tinariwen pisan escenarios remotos, comparten discográfica (Independiente) con Travis o Embrace y coinciden en los platós televisivos con personajes como los Artic Monkeys. Pero aunque asuman disciplinadamente los despliegues tecnológicos o las salas de maquillaje, no cambiarían la quietud del desierto por nada del mundo. "A veces me deslumbran algunos edificios de Londres o la iluminación de los estudios centrales de la BBC, pero disto mucho de envidiar la civilización occidental", anuncia Ibrahim. "No entiendo el ritmo de vida que llevan ustedes, la velocidad a la que se mueven o el espacio tan escaso con el que se conforman. Me amoldo a lo que sea necesario mientras estoy trabajando, pero, cada vez que regreso a casa, comprendo que la libertad y quietud del desierto no tienen comparación con nada".
Los doce cortes de Aman
Iman se registraron en diez días escasos en la capital maliense, Bamako, bajo la supervisión del británico Justin Adams, gran conocedor de la música del desierto. El productor y guitarrista del último Robert Plant les dejó expresarse a sus anchas. Sin injerencias. "Cuando acabábamos de tocar, él tenía la habilidad de encontrar pequeños motivos en nuestras canciones, patrones rítmicos o melódicos que a nosotros mismos nos pasaban inadvertidos, y sacarles todo el partido. Nos queremos y respetamos", resume Ag Alhabib.
Las suyas son canciones de amor y orgullo en lengua tamashek, a menudo impregnadas de sentimientos -añoranza, dolor, pérdida- grabados en el código genético de todo un pueblo. "No podemos sustraernos al dolor y la nostalgia: son parte consustancial de nuestras propias existencias", explica Ibrahim. "Yo mismo perdí a mi padre de niño y no supe de su muerte hasta muchos años después. También vi la primera rebelión tuareg, en 1963, y sufrí en carnes la represión. Todo ello me dejó un poso de ira y amargura que no pude sofocar durante años". Y concluye: "A veces me pregunto si no podríamos cantar historias soleadas y divertidas, pero lo veo complicado: toda nuestra poética tuareg gira en torno al sufrimiento, la nostalgia y, desde luego, el orgullo".

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