Foto: Cubaliteraria |
Juan Nicolás Padrón
El naufragio espiritual por la autorrepresión fue la gran frustración de Emilio Ballagas (Camagüey, 1908-La Habana, 1954). Su condición traumática de homosexual reprimido en una sociedad que no aceptaba esa preferencia, y su catolicidad, más que catolicismo, de sincera raíz popular y arraigada fe en lo más profundo de su devoción, convivieron en un conflicto sin solución que no lo dejaba vivir en paz frente a sus culpas y pecados. Baste revisar el extenso poema “Declara qué cosa sea amor”, de 1942, publicado en Cuadernos Americanos (México, julio-agosto, 1943), para comprobar su irremediable y fatal filiación a los placeres (“Porque el amor no es cosa triste/ sino la luz, la luz hasta cegarnos […] Porque el amor, Dios mío, no es llovizna/ sino una blanca lluvia arrasadora[…] Porque el amor no es un resuello impuro/ detrás de una cortina envenenada.”); a no resolver esa aparente contradicción en la vida y, ante la desesperación, reconciliarse solamente con el amor a Dios para esperar la muerte (“Pero el amor ¿cómo será, Dios mío?/ ¿Lo habré olvidado? ¿No lo supe nunca? […] El Amor eres Tú que me separas/ de lo que es Muerte y es Razón de Muerte/ y muerte sin razón hasta la muerte […] Que el Amor eras Tú, yo lo sabía/ al venir a la vida ¿y lo he olvidado?”)Durante casi toda su vida libró ese enfrentamiento consigo mismo, que tuvo diversas etapas, manifestadas estéticamente de maneras diferentes: como estudiante de la Escuela de Pedagogía de la Universidad de La Habana hasta 1933, y con la aparición de Júbilo y fuga en 1931; como profesor de la Escuela Normal de Santa Clara (entre 1934 y 1946), y con las entregas de Cuaderno de poesía negra en 1934 y Blancolvido (1932-1935), la presentación pública de los poemas neorrománticos Elegía sin nombre en 1936 y Nocturno y elegía en 1938, así como Sabor eterno en 1939 y Nuestra Señora del Mar en 1943; y como doctor en Filosofía y Letras (además de profesor del Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao) a partir de 1946, y con la publicación de las Décimas por el júbilo martiano en el centenario del Apóstol José Martí (Premio del Centenario en 1953). El poeta partió de una estética sensualista que continuó reforzando desde los primeros libros publicados, pero independientemente de sus itinerarios temáticos y filiaciones artísticas, su propensión a los placeres de los sentidos, que nunca abandonó y más bien acrecentó y enmascaró, ha sido la piedra angular de su poética, aun cuando alcanzaba en su último libro, Cielo en rehenes –Premio Nacional de Poesía en 1951 y publicado después de su muerte–, la mayor elaboración estética, en un refinado trabajo literario con el soneto florentino.
La exaltación del inicial Júbilo y fuga marcó definitivamente su derrotero poético; sobran los textos para demostrarlo. La exaltación gozosa demostrada en la apreciación de cada sentido se evidenció en los breves versos de este libro: la fiesta de la visualidad del paisaje (“Me está llamando mi verso/ con blanco batir de alas”), el sonido radiante de la naturaleza (“Fluye un río de soles/ por mis venas gozosas/ y me baño en la música/ fresca de las campanas”), la intuición del sonido de las letras (“Tierno glú-glú de la ele,/ ele espiral del glú-glú”), las asociaciones entre la luz y la música (“Con los colores del Quiero/ en la inquietud –pentagrama–/ una escala me improviso:/ do re mi fa sol la si…”), la experiencia real o imaginada del tacto (“Vamos a jugar, vien to.”) No fue casual su simpatía por la poesí a pura de Mariano Brull, a quien dedicó “Poema de la jícara” para degustar esa sonora palabra, y su coqueteo con las jitanjáforas (“En el tierno verde-júbilo/ de frondas amanecidas”). Aunque este libro resultó casi purista, Ballagas no lo fue; el penúltimo poema dedicado a Juan Marinello, “Inicial del sueño”, expresa su voluntad de salir de su estado jubiloso (“Afuera llaman. Me llaman/ del mundo real…”) e iniciar la escapada hacia la realidad en el último poema, “Fuga.”
Sin embargo, el sensualismo persistiría hasta en el acercamiento a la poesía social. En su Cuaderno de poesía negra, o en otras composiciones afines, puede comprobarse el sentido plástico o el predominio rítmico y musical en los versos, que atenúan cualquier denuncia. En el primer poema, “Cuba, poesía”, enfatiza: “Verde, magnífica entre azul y azul,/ elevando a lo alto tus brazos de palmeras”; en casi todo el libro hay un despliegue de musicalidad (“Rumba”, “Pregón”) y en la “Elegía de María Belén Chacón” se canta: “María Belén Chacón, María Belén Chacón./ María Belén, María Belén:/ con tus nalgas en vaivén,/ de Camagüey a Santiago…/ de Santiago a Camagüey”; en el cuaderno puede comprobarse la plasticidad de la imagen poética, como en el conocido “Para dormir a un negrito”: “¡Diente de merengue,/ bemba de caimito!” Aunque no está ausente la denuncia social, como en “Actitud”, que incluso sobrepasa los límites de la crítica a la discriminación social y se arriesga a subrayar el papel de los comunistas después de la dictadura de Gerardo Machado, lo sensual predomina en su poesía social, hasta en la forma de imitar el habla de los negros: “¡Yo gualda pa ti/ tajá de melón!”
Ha sido la poesía erótica la que ha encarnado un hedonismo de relieves significativos en la poética de Ballagas. “Elegía sin nombre” y “Nocturno y elegía”, publicados en forma de libro y después recogidos en Sabor eterno, pueden figurar entre los mejores poemas neorrománticos hispanoamericanos, junto a otros como “Nocturno”, “Poema impaciente”, “De otro modo” o “Estrofas para un lirio” (dedicadas al poeta estadunidense Fred K. Fanant, alumno de Emilio Ballagas en el New Institute for the Education of the Blind). En ellos lo homoerótico se potenció a un altísimo nivel artístico y humano, al punto de que no interesa tanto al lector si el poema fue dedicado a un hombre o a una mujer, proceso que históricamente ha tenido que seguir la mujer para apreciar la poesía de amor heteroerótica cantada por los hombres. La voluptuosidad en “Elegía sin nombre” se manifiesta en su relación con una playa semejante a la referida por Luis Cernuda en los versos que sirven de epígrafe al poema; el contacto con la atmósfera marina provoca expresiones insinuantes de un elaborado erotismo (“Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo”; “El viento henchía sus velas de un vigor invisible”); pero esta preparación concluye en otras expresiones relacionadas con el cuerpo del otro (“unas manos que pueden unirnos y arrancarnos/ y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas”; “Tenías y aún las tienes/ las uñas ovaladas,/ metal casi cristal en la garganta/ que da su timbre fresco sin quebrarse”); para concluir en el paladar (“Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre/ que no me servirá para llamarte/ y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre.)
Después de esta exposición de sus instintos, Ballagas se refugió en una peculiar religiosidad criolla, posiblemente ante críticas y consejos, y enmascaró su sensualidad en unas décimas atormentadas a la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, dedicadas a su madre. Nuestra señora del mar es uno de los pocos libros de la literatura cubana dedicados completamente al tema religioso, pues solamente la poetisa Fina García Marruz, y el sacerdote católico Ángel Gaztelu, ambos del Grupo Orígenes, continuaron con ese raro legado. Otras décimas del doctor Ballagas, dedicadas a su hijo, Décimas por el júbilo martiano en el centenario del Apóstol José Martí, sirvieron para inaugurar con fino acento su vertiente patriótica y mantener oculta la voluptuosidad reprimida. Al obtener el Premio Nacional de Poesía con Cielo en rehenes, un libro de sonetos de impecable factura, podemos advertir que regresa, con la pericia del poeta maduro, a un hedonismo sutil, cristalizado en versos depurados y limpios, en los que se sugieren los placeres con precisión expresiva y ambigüedad artística. Emilio Ballagas cumplía con su filiación sensualista, ahora con pasión contenida, como para demostrar que no podía renunciar a tal cualidad para cantarle a la Belleza.
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