Siempre me parecieron ingenuas o hipócritas, según de quien vinieran, las condenas morales a los llamados “sacadólares”. Un capitalista, si tiene un punto de vista sano y sólido para su negocio –y si no lo tiene, irá a la quiebra, es decir, al mal-, debe invertir su capital allí, donde este le rinda más ganancias o se encuentre más seguro. Si los capitales mundiales fluyen hoy hacia Estados Unidos, no es razonable esperar que no lo haga una parte de los del vecino mexicano. La única manera efectiva de que esos dólares no se vayan es ofrecerle estímulos o imponerle penas que hagan más costoso irse que quedarse.. pero ni estímulos ni penas tienen nada que ver con la moral, pese a que la idea cristiana del cielo y del infierno nos quiera convencer de lo contrario.
Por esta misma razón, si existe un mercado rendidor, donde se obtiene una tasa de ganancia superior a la media, para una mercancía llamada “drogas” o para otra mercancía denominada “armas”, es normal que a esas ramas de la producción afluyan capitales en busca de ganancias. Un miembro del parlamento británico justificó, no hace mucho, la explotación comercial de instrumentos de tortura, con el argumento de que existe un mercado para tales productos y que si Gran Bretaña no lo aprovechaba, no por eso se dejaría de torturar: simplemente los clientes acudirían a otro abastecedor, los capitales ingleses perderían un mercado de exportación y la balanza comercial se deterioraría. Razonamiento impecable desde el punto de vista del capital. Del mismo modo, el Estado de Israel justifica el haberse convertido en uno de los mayores exportadores de armas, especialmente a las dictaduras latinoamericanas, diciendo que esa exportación es vital para su balanza comercial y que todas las grandes potencias lo hacen. Lo cual también es verdad. Pero si a algún Estado se le ocurriera aplicar el mismo argumento con respecto a la mariguana, a la coca o a las amapolas, las voces de condena no tendrían fin.
Pregunta: ¿qué es más dañino para la salud y produce más sufrimientos y muerte en el mundo contemporáneo: las armas, la tortura o la droga? No lo sé, y dudo que haya estadísticas públicas al respecto.
No faltará a esta altura quien sospeche que estoy justificando el tráfico de drogas. No, está prohibido ser tan tonto. Lo que estoy diciendo es que quienes exportan dolor y muerte bajo la forma de aviones, helicópteros, tanques, napalm (porque no se trata aquí de pistolas, rifles y escopetas de caza) y además instrumentos y técnicas sofisticadas de tortura, son extremadamente cínicos al poner el grito en el cielo por un tráfico en el cual, además, no pocos de ellos son también consumidores. El colmo de la hipocresía me parece armar un escándalo moral porque había 10 mil campesinos cultivando mariguana en Chihuahua y olvidarse de que hay cientos de miles de obreros fabricando en Estados Unidos las armas y los cohetes nucleares, intercontinentales y espaciales que nos destruirán a todos.
Pero si se escandalizan, no es sólo por la hipocresía connatural a su oficio de príncipes cristianos (manes de Maquiavelo…) También son coherentes con sus principios. Entre el comercio de armas de destrucción masiva y de instrumentos y técnicas de tortura, y el tráfico de drogas, hay una similitud y una diferencia fundamentales. La similitud consiste en que los tres constituyen inversiones de capital rentables en el mundo contemporáneo. La diferencia reside en el otro extremo del ciclo del capital; no en los productores de dichas mercancías, sino en sus consumidores. Son los Estados o sus equivalentes quienes, casi exclusivamente, adquieren ese tipo de armas y de instrumentos. Son los particulares, en cambio, quienes adquieren las drogas.
Y como desde que lo dijera Trotsky ante sus jueces zaristas en 1906 y lo retomara después Max Weber en sus escritos, todos sabemos que el Estado, por definición, detenta el monopolio de la violencia legítima, resulta natural que esos hombres de Estado permanezcan impasibles ante el tráfico de esos instrumentos de destrucción, tortura y muerte masiva (lo cual me parece muy mal), y en cambio se indignen ante el tráfico de ese medio de dolor y muerte privada que es la droga ( lo cual me parece muy bien, pero al mismo tiempo, en ellos, cínico y amoral). En otras palabras, los gobiernos se reservan el derecho y el monopolio de sembrar, según sus intereses (que ellos dicen son los de sus pueblos…), el dolor y la muerte, y entonces también de utilizar las drogas cuando ellas sirven a sus razones de Estado, como suele suceder con excesiva frecuencia.
Adolfo Gilly
México. La Larga Travesía.
Editorial Nueva Imagen.
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