MÉXICO, D.F., febrero (proceso).- No sólo la política encabezada por Felipe Calderón está llevando al país al desastre. A ello se suma la crisis de identidad de los partidos que desde hace tiempo sólo contienden en la arena política por la impunidad y los beneficios económicos que otorga detentar el poder en nuestro país.
Mas habría que preguntarse si es la crisis de identidad de los partidos sin rumbo, buscando tomar el timón de una nave que hace mucho perdió la brújula, lo que se manifiesta en las alianzas que pretenden hacer el PRD y el PAN para evitar que el PRI vuelva a tenerlo todo.
Delante de esta promiscuidad política, que sólo parece incomodar a algunos, habría que preguntarse igualmente si realmente existe en el espectro electoral de nuestro país una verdadera izquierda y una verdadera derecha.
Es evidente que, en el orden del PAN, el pensamiento de derecha no existe. No sólo el enanismo ideológico y la enorme capacidad de corrupción que un elevado número de miembros de Acción Nacional han mostrado a lo largo de su estancia en el poder, sino también la pequeñez de sus supuestos ideólogos –como el clasemediero César Nava, tan pequeño que no alcanza el tobillo de González Luna en México o de Drumont, Bernanos o Maurras en Francia–, muestran cuán alejado está el PAN de sus orígenes históricos.
Fuera de cierta doble moral que, en el peor de los saduceísmos, es dura hacia afuera –el condón, el aborto, la defensa de la familia– pero laxa al interior –una familia plagada de divorcios y promiscuidades–, el PAN es, en el mejor de los casos –y frente la ausencia de verdaderos pensadores e ideólogos de derecha–, una beata al servicio de los poderes fácticos, del sindicalismo al estilo PRI y del mercado, una beata que los domingos se persigna y bebe agua bendita, para entre semana revolcarse con toda suerte de clientes que le permitan mantener su estatus de virgen escandalizada.
Más problemático es el caso del PRD7, hijo del viejo PRI populista y nacionalista, que se escindió cuando la corriente neoliberal lo desplazó, el PRD sólo adquirió el maquillaje de la izquierda cuando parte de la verdadera izquierda histórica –desconcertada frente a la debacle de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín y el desprestigio del marxismo– se aglutinó en torno a Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador.
Pero ni Cárdenas ni Andrés Manuel ni la mayor parte de los dirigentes perredistas que tienen altos cargos en el partido y en el poder son verdaderos hombres de izquierda. Su rancio priísmo, que no conoce más que el populismo mimético como forma de acceder y mantener el poder, no sólo abrió sus puertas a esa parte de la izquierda histórica que, cansada de mantenerse en las márgenes, decidió creer en la vía democrática, sino a un conjunto de parvenus que, como Fernández Noroña, sólo conocen el resentimiento y la intransigencia, o como Jesús Ortega, Sabines, Ebrard, etcétera, que sólo saben del oportunismo arribista.
A los verdaderos ideólogos de izquierda –pienso en González Casanova, Luis Villoro, Roger Bartra, Bellinghausen, Taibo II, el subcomandante Marcos, etcétera–, el PRD los ignora; a sus interlocutores naturales –el zapatismo, el EPR y la izquierda dura–, los combate o los margina. De allí parte su divisionismo y su incapacidad para construir un verdadero proyecto de izquierda. Mimético como el antiguo PRI, ignorante del verdadero pensamiento de la izquierda tradicional, incapaz no sólo de releer con otros ojos a Marx, sino de haberlo leído –dudo mucho que los personajes de la política partidista y del gobierno que he nombrado lo hayan leído realmente–, oportunista, pragmático y corrupto como los hombres y mujeres que se instalaron en el PRI, el PRD es una prostituta que no duda en señalar hacia afuera la inmoralidad de sus contrincantes y sus insostenibles beaterías, pero hacia adentro se revuelca con ellos con tal de mantener su estatus; en síntesis, una prostituta que se exhibe con ademanes de beata populista.
Frente a esta realidad, la crisis política que vivimos no pertenece a ninguna crisis de identidad; es, como lo mostró admirablemente Lampedusa, un simple gatopardismo que quiere mantener intocadas las viejas estructuras, mientras pretende hacernos creer que se defienden posiciones políticas que, en uno u otro extremo del verdadero pensamiento político, buscan la justicia; un gatopardismo nacido de una falsa transición democrática: el PRI, que algún día nos gobernó… el perro que, en uno de sus ladridos, dijo algún día que “defendería el peso” como tal… se convirtió a finales del siglo XX en un cancerbero de tres cabezas que custodia el infierno de la corrupción y el mimetismo, y que lleva al país a la deriva.
En este sentido, las alianzas entre el PAN y el PRD no son, como algunos pensarían, innaturales. Son sólo la lógica del gatopardismo que pretende en su inmoralidad que todo cambie para mantener el statu quo: el del poder al servicio del dinero y de la corrupción. Lampedusa lo dijo mejor: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”; “¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos y, después, todo será igual, pese a que todo habrá cambiado (...) una de esas batallas que se libran para que todo siga como está”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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