Ciudad Perdida
Autoinvitada
Discurso esperanzador de Evo
B
lindada con la armadura que sólo da el cinismo foxista, Xóchitl Gálvez se presentó el domingo pasado en la casona de Coyoacán donde se organizó una comida al presidente de Bolivia, Evo Morales.
Dicen que en la lista de invitados de la delegación el nombre de la panista, hechura de Fox, no estaba, pero lo cierto es que llegó acompañada de Jesús Valencia, el secretario general del PRD en el DF, organismo que desde su presidencia se ha declarado en contra de las alianzas espurias, cosa que, como se ve, en nada importó al perredista.
Total, la empresaria de derecha apareció en la casa que perteneció al abogado Aguilar y Quevedo, y que ahora ocupa su hija, sin levantar mucho la vista, y con la boca cerrada, hasta que Jesús Zambrano y Alejandro Encinas la rescataron del ostracismo, y a la mitad del pedazo de jardín que se usó como salón comedor libraron una plática de varios minutos que no pasó inadvertida para los cerca de 300 invitados al convite.
Tal vez por eso salieron a flote algunas bromas crueles, y ya en el calor que produce la observancia de aquel cuadro, alguien dijo, en clara referencia al maridaje PRD-PAN, que lo único que le faltaba a Encinas era el bastón de alpinista que alguna vez escribió historias negras de la izquierda en México.
Fuera de eso, y de algunas minucias que pasó por alto el protocolo a cargo del Gobierno del Distrito Federal, como eso de servir vino chileno a la mesa del presidente de Bolivia (no hace mucho, Evo Morales explicó, al hablar del centenario conflicto entre Bolivia y Chile, que buscar la salida al mar que no tiene su país es un acto de dignidad y soberanía, pero de eso a generar un conflicto más allá de lo político y diplomático, con un país hermano, nunca, aseguró); pero todo quedó en eso: un detalle que borró el buen sabor del tinto chileno. Todo fue cordialidad y admiración por el mandatario boliviano, hasta de la señora Gálvez, quien corrió a rendir pleitesía al líder de los aymaras.
Admiración que más tarde arropó al sindicalista cocalero en la plaza Miguel Hidalgo de la delegación Coyoacán, donde con la fuerza de la voz pausada, y el discurso sin dobleces, contagió de esperanza a los miles que lo escucharon apretujados en la plaza pública.
No importaba que el Estado Mayor Presidencial, el de aquí, hubiera ordenado un cerco que hacía difícil, primero, el ingreso a la plaza, y después, casi imposibilitara la visión de los que quedaron hasta la parte última del embudo en que quedó convertido el lugar. Lo importante era estar allí y escuchar a Evo, que platicaba cómo las empresas trasnacionales le ofrecían carretadas de millones de dólares para quedarse con los recursos naturales de Bolivia, cosa que, por supuesto, no aceptó.
Y entonces, un hombre de los que alcanzaron lugar en la primera fila del sillerío que se dispuso frente al templete desde donde habló Evo gritó con todas sus fuerzas:
Pero aquí tenemos a Calderón, y quienes lo escucharon asintieron con aplausos, o con risas, expresiones que no distrajeron al presidente boliviano, quien siguió con su discurso.
Al final, como quien anuncia un principio, Evo Morales, el presidente que pide paciencia para derrotar a la derecha, sentenció: pronto México se liberará, y la plaza se llenó de aplausos y de gestos de esperanza, tanto de los que quedaron atrapados en el embudo como de los que detrás de las mallas de metal, sin verlo, lo escucharon esa tarde de domingo en Coyoacán, que aunque muchos lo nieguen, será histórica.
De pasadita
El presidente de Bolivia también recibió de manos del jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, las llaves de la ciudad de México. Pero más allá del discurso, Ebrard habló de la larga noche de Latinoamérica, en referencia, seguramente, al neoliberalismo que ha empobrecido a los países del área en un lapso que ocupa ya más de un cuarto de siglo, y alabó aquello de que se puede tener un gobierno leal a la mayoría. Que así sea.
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