Tuesday, April 01, 2008

Dylan dice adiós a México

roberto ponce


México, D.F., 31 de marzo (apro).- Dicen que el poderoso dura hasta que los pequeños quieren, pero de Bob Dylan, como genio de las finanzas en el rock, lleva 40 años siendo un gigante que se ha empeñado en durar y perdurar, sin dejar que no haya otro poder que se interponga en su empresa.

Dylan ha mantenido su carácter mítico que en los años sesenta lo encumbró como el poeta máximo de la canción estadunidense de protesta contra la Guerra de Vietnam, y ha permanecido en su nicho, pese a no crear casi nada significativo desde entonces en su carrera artística, pero sin devaluar su estatus financiero ni un céntimo.

Ni siquiera es él quien se cuida tal permanencia.

Para entender al Dylan como recipiente sin fondo para ilimitadas ganancias capitalistas, habría que regresar la historia del músico hasta la década de los años setenta para descubrir que el artífice de la magia fue su manager Albert Grossman, una vez que estableció al Dylan cual deidad legendaria y mostró todo lo que necesitaba saber en los negocios antes de sufrir un ataque cardíaco cuando volaba hacia Londres, en febrero de 1986, y morir a los 61 años de edad.

A Dylan todos los rocanroleros le perdonan cualquier cosa; se trata de un ídolo que vive como ángel adorado en su palacio de cristal donde nadie puede acceder a él con excepción de unos cuantos iniciados a su fiel servicio, más aquellos que consiguen los contratos más jugosos como ha sucedido en su presentación de Zacatecas la noche del martes 24 de marzo, cuando tras haber ofrecido recitales en otras plazas de México, fue a Sudamérica y volvió acá, tras circular el rumor de una posible cancelación.

Sin embargo, previas medidas de seguridad insumidas en el Festival de Zacatecas 2008, tocó dos horas junto a la explanada de la catedral zacatecana y cobró el resto del dinero en pago cuyo monto se desconoce, pero que cerró su compromiso artístico, ya que el Instituto de Cultura Zacatecano le había adelantado 360 mil dólares (según Ernesto Márquez, en La Jornada, lunes 23).

Albert Grossman es a Dylan lo que El Coronel Tom Parker a Elvis Presley, pero la diferencia consiste en que si El Coronel se concentraba en cómo llenarse los bolsillos con plata cada vez mayor a costa de El rey del rocanrol, Grossman, como empresario, también sabía de música y manejaba en su establo de cantautores folklóricos a Peter, Paul & Mary y Richie Havens, aunque la carta magna en la disquera Warner Brothers era el joven Bob Dylan.

Poco después de que se diera a conocer, a comienzos de este año 2008, la nueva gira latinoamericana que, eventualmente alcanzaría México y culminó en Zacatecas, una encuesta con críticos y músicos mexicanos reveló el sincero fervor que goza Bob Dylan en nuestro país, aun si su obra desde 1980 resulta prácticamente desconocida y nadie citó su último “gran suspiro” que a comienzos de los años noventa grabó en el ampliamente elogiado CD Out of Time. El columinsta José Xavier Návar fue generoso:

“Es la figura viva más importante del rock.”

El promotor Hervé Pompeyo lo describió como quien “le puso conciencia a la música juvenil, nos hizo pensar a toda una generación desde la primera mitad de la década de los 60”, además de señalarlo “como el responsable de que Los Beatles cambiaran su estilo musical”.

También en tono de sátira muy al estilo camaleónico del propio músico (cuando, amenazado por difamación en 1974, Tony Scaduto tuvo que mostrarle a Dylan el contenido de un borrador que publicaría para la “biografía no autorizada”, Dylan corrigió buena parte del escrito y dijo: “Hay cosas que fueron inventadas, otras que pasaron de manera similar a como se cuentan y otras muchas que sucedieron exactamente como tú las describes”) Jaime López opinó en aquellas entrevistas para El Universal:

“Un poema si es escrito ya es algo en sí. Si es cantado la lleva, pero si llega a ser bailado, ¡ya la hizo! Es el último de la generación beat: lo que inventó Jack Kerouac, Dylan lo aterrizó. Los beat tenían un gran sueño, hacer de la literatura música y Dylan lo logró en los 60. En este proceso Dylan lo ha demostrado, se ha transformado el día de hoy en hip hop.”

El primer experimento para jugar al mito del “dios invisible Bob Dylan” fue realizado en 1971. George Harrison lo invitó a tocar en el benéfico Concierto para Bangladesh (en realidad dos), en el Madison Square Garden y desde el principio jugó al gato y al ratón:

“No sé, George, un estadio tan grande como el Garden no es mi público, yo estoy acostumbrado a los campus de estudiantes y los cafés de poetas e intelectuales, creo que no es mi lugar tocar allí por lo que no te garantizo nada, no sé si podré estar contigo.”

Pero Dylan asistió a las breves dos semanas de ensayos, aunque no salió de su camerino en el Garden y permaneció dizque practicando, solitario. Todo mundo se mantuvo al pendiente de él inevitablemente, pues un día su manager llegaba de buen ánimo a los ensayos generales de Harrison, Ringo Starr, Leon Russell y una pléyade artística de cuatro continentes en apoyo a los coros y la música, sin contar al citarista hindú Ravi Shankar, para anunciar que Dylan estaba dispuesto a tocar. Pero al día siguiente, interrumpía para pedir ayuda, pues “decía su mamá que siempre no”, Harrison contó posteriormente que dos días antes de la cita, cuando prácticamente parecía que lo más seguro era no contar con su participación en el noble evento por los refugiados de Bangladesh, a la mitad del primer concierto y de último minuto, se sorprendió de ver llegar a Dylan con su guitarra y lo anunció en el foro, provocando una inmensa aclamación.

El éxito de Dylan durante los dos conciertos de Bangladesh fue muy importante para los objetivos del primer gran acto musical en favor de una causa mundial. Han pasado 25 años y hoy, cuando pensamos en que el disco triple The Concert for Bangladesh constó de seis caras en los platos LP, todo el misterio de que si Dylan saldría o no era una estrategia para causar mayor expectativas de venta promovida por Grossman y que los principales involucrados en los nombres estelares del disco muy probablemente apoyaron, pues sabían que Dylan tocaría y apoyaron: la primera cara del disco fue el citarista Ravi Shankar y sus músicos hindúes, quien pidió apoyo a Harrison para ayudar a su pueblo en crisis Bangladesh; Harrison toca en tres lados y los dos restantes se dividen en uno para León Russel y el otro para Dylan, quien fue acompañado en su apoteótica aparición por Russell, Ringo y Harrison.

Otro que recientemente ofreció sus comentarios por internet acerca de la llegada de Dylan a México fue el pianista de rock Guillermo Briseño y entre las ideas destacadas declaró un sospechoso tono defensivo por Dylan, hilando ideas como “claro que es importante… tiene unas canciones muy interesantes… su nombre lo tomó de Dylan Thomas… una visión de rebeldía muy gringa, por cierto, pero es mejor que la tenga un gringo que sabe de su país en guerra que otro gringo que no sabe que Estados Unidos está en la Guerra de Vietnam… no es una leyenda (como destacaron al unísono tres publicaciones argentinas el 16 de marzo luego de sus conciertos en el estadio Vélez Sarsfield)… claro que iré a ver a Dylan” (en el sitio “Bloggeando”, pagado por El Economista).

El segundo momento de Dylan así fue réplica de lo sucedido en el de Bangladesh, pero ahí la mano negra de Grossman actuó de manera más eficaz: en 1974 tres canciones de Dylan fueron motivo de un participación en el concierto para terminar la asociación de quienes fueran los músicos que electrificaron a Dylan en sus comienzos, The Band.

Dylan alegó que le gustaría estar allí, pero le entristecía que The Band terminara su relación artística, pues deseaba hacer una gran gira con el grupo y, además, él andaba publicitando su película que dirigía (Renaldo y Clara), por lo que no creía muy conveniente boicotearse a sí mismo habiendo tantas figuras del rock en The Last Waltz.

Lo peor es que Warner Brothers había condicionado su apoyo de un millón y medio de dólares para la película The Last Waltz que filmaría Martin Scorcese sólo en caso de que Dylan interviniera en tres canciones. Y finalmente, al último minuto Dylan accedió; pero si Robertson como co-productor salió ganando con Grossmann, los otros miembros de The Band quedaron bailando al quedar su contrato retenido y la disquera Warner Brothers obtener los derechos de las ventas por el disco doble The Last Waltz.

Entre 13 y 14 millones de pesos fue la cifra dada a la prensa cuando se anunció el costo del Festival Cultural Zacatecas en febrero de este año. La última que evaluó la gobernadora Amalia García poco antes de cenar con Dylan la noche del concierto, alcanzaba casi 19 millones y no mencionó ninguna acerca de lo que Dylan cobró.

Nuevamente hay que suponer.

Hace diez años, el poeta beat Allen Ginsberg propuso a la Academia Sueca que otorgara el Premio Nobel de literatura a Bob Dylan. Como se hizo evidente en 2007 que nunca le otorgarían tan preciado galardón, quienes retomaron en su seno la propuesta fueron los hispanos convocantes del Premio Príncipe de Asturias en junio de 2006.

Cuando recibió su cheque Bob Dylan en Asturias, atento a todos los cánones de la ceremonia ante el Príncipe de Asturias, ya había anunciado a los organizadores que haría una gira por países de Latinoamérica, por lo que pidió en secreto que se comunicaran con aquellas naciones cercanas a España, para saber si habría alguna oferta especial para él.

Si acaso el Instituto Cultural de Zacatecas “Ramón López Velarde” accedió entonces pagarle más que toda su gira en Latinoamérica por una sola fecha en la capital zacatecana, pero no lo sabemos. Sólo Dylan que, en definitiva, está más allá del bien y del mal. Como opina el poeta zacatecano José de Jesús Sanpedro:

“Es un ángel, su mejor obra de arte viene, la estamos esperando.”

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