Luis Linares Zapata
El griterío en los medios de comunicación ha sido, en tiempos recientes, atronador. Y en el mero epicentro de tanta energía patrocinada, de tanta enjundia estómago-conceptual, se halla el personaje predilecto a denostar: Andrés Manuel López Obrador. Él es el causante de toda perturbación, entrevista o inventada, que ronda por el país. Un rutilante actor del ámbito público cuyos fines o propósitos son alumbrados al detalle por una caterva de críticos que lo siguen de manera compulsiva.
Afectados hasta en sus mismas entrañas por convulsiones de odio, desprecio, de enojos que por momentos se transforman en ira irreprimible, sus detractores no cesan de acusarlo de cuanto sucede de malo en esta angustiada República. Es, de varias y torcidas maneras, su personaje inolvidable, irresistible. Recurren a cualquier artificio para ponerlo a hervir en el lodo de sus consignas, de sus fundadas condenas que forman, hiladas una tras otra, deformantes diatribas. Noticieros completos de radio imbuidos en el sacro deber de expulsar, al lopitoz de sus anatemas, de la escena política del presente. Todo un fenómeno colectivo de fobias que se trasminan en cada una de las palabras, en cada frase, en cada parrafada que, sin continencia ni pudor alguno, lanzan al tabasqueño.
La cúspide de esta andanada, superior a la que se vio y oyó durante el desafuero o en la campaña electoral pasada, concluye en un espot comparativo con tiranos de la historia que pasa en los mejores espacios de Televisa. No se puede ser ingenuo ante este hecho difusivo de la peor ralea: la autoría debe adjudicarse al gobierno panista de Calderón. Sólo ellos, apoyados por su maquinaria, pusieron en movimiento las piezas del tinglado que lo llevó a la pantalla. Es un espot con la indeleble marca del calderonismo más depurado, a la conocida usanza del haiga sido como haiga sido. Es la última arma de la derecha más reaccionaria, corrupta y amedrentada ante la posibilidad de ser derrotada en sus prospectos de hacer inmensos negocios al amparo del petróleo mexicano. Es un sustituto a la cárcel de los represores para el agitador.
El terreno se preparó con meses de antelación. Se hicieron los trabajos cotidianos para auscultar la opinión y el sentir ciudadano que indicara el momento preciso de la acción. Se estudiaron los atajos y eufemismos para disfrazar sus intentos privatizadores y entreguistas. Identificaron a los que darían su triste e inocua cara como autores y el plan de medios y horarios convenientes. Así las cosas, las negativas, desconocimientos y las distancias adoptadas por el oficialismo del espot no son más que poses, falsas puertas que tratan de esquivar el costo de sus patrañas y dolosos actos a mansalva. ¿De qué manera si no lo puso Televisa al aire? ¿Por qué lo sostiene, a pesar de la determinación del IFE de parar su exhibición, o la misma petición de sus aparentes autores de retirarlo, pues, según ellos, ya cumplió su cometido?
Este espot de marras ha sido precedido por múltiples antecedentes, a cual más enrojecido de amenazas y sugerencias para que la fuerza pública sea aplicada sin contemplaciones contra los oponentes callejeros, contra los tomadores de tribunas: todos ellos transformados, por trucos retóricos, en negadores de diálogo, cegadores de la democracia.
La trifulca en el interior del PRD dio pábulo inicial a la gritería: un cochinero, exclamaron al unísono, alentados desde el palacio de Bucareli para diluir, para sosegar al menos, las probadas acusaciones de tráfico de influencias contra su torpe titular. El causante del pleito entre perredistas fue identificado de inmediato y contra él se enfocó todo el aparato público de comunicación.
Es AMLO quien pretende controlar a su antojo al PRD, concluyen iluminados desde lo alto de sus inteligencias superiores. Después vinieron las acusaciones de incitación a la violencia que, aseguran con desparpajo, pero con arraigada pasión contrariada, AMLO lanza, según su agudísima y tergiversada opinión, al calor de las masivas presencias zocaleras. Lo siguieron los sesudos análisis de intelectuales sobre el ataque, frontal, irreverente, a la democracia con la toma de una tribuna que, según los mismos denunciantes, era el emblema del diálogo, del debate. AMLO no quiere debatir, le tiene aversión a la confrontación de ideas por su estructural vena autoritaria, sentencian diariamente. En democracia, afirman sin atender a la realidad imperante, predomina la mayoría y ésta puede llamar a la fuerza pública para poner orden en el pleno.
Vino después el salto cualitativo empresarial: el secuestro del Congreso equivale a un golpe de Estado, ¡sópatelas! Y lo siguió el sospechosismo alocado, enfermizo, de varios locutores, articulistas y columneros de fama: lo que se está viendo no es más que un ensayo de la insurrección que viene, y AMLO es su progenitor. Lo crucial, alegan, es la decisión de derrocar al gobierno, nada de lo demás importa. La purulenta herida de la derrota electoral. Todo un concierto, bien orquestado de infundios y sospechas convenencieras, para ocultar lo principal: la intentona privatizadora y entreguista de la industria petrolera que auspicia Calderón y séquito.
Es verdaderamente notable que todo el conjunto de críticos o simples denostadores de López Obrador hagan caso omiso de la iniciativa petrolera enviada al Congreso. Ninguno ha tratado de analizar su contenido, profundizar en sus consecuencias para la vida de todos y cada uno de los mexicanos de hoy y mañana. Eso lo dejan a la labor de la cara propaganda en curso.
Sólo los hombres y mujeres de izquierda le han tomado la palabra al gobierno y empiezan a difundir sus hallazgos y replican con sólidos argumentos a las flagrantes mentiras del oficialismo. Lo atractivo para los apoyadores del sistema es bordar al infinito sobre lo que disminuye la figura pública de su temido coco. Destacar sus defectos, los ribetes chuscos del acontecer, distraer la atención ciudadana del atraco que se piensa instrumentar contra la herencia de los mexicanos. Una forma sui generis de apechugar la violencia contra el mandato constitucional y un escape para disimular el saqueo planeado que viene a continuación de ser aprobada la contrarreforma calderoniana. No pasarán, dicen las y los que no tienen miedo, y eso sí que infunde miedo a otros.
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