Monday, September 08, 2008

Cinco poemas de Cesare Pavese



Cesare Pavese


Nació el 9 de septiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo (Cúneo) y fue el último de cinco hijos de una familia pequeño burguesa de origen campesino. Cuando sólo tenía seis años, murió su padre. Cursó estudios en Turín y, entre sus profesores de la escuela media superior, cabe señalar a Augusto Monti, figura de relieve del ambiente antifascista de la ciudad, amigo de Piero Gobetti y Antonio Gramsci. En 1932 se licenció en letras con una tesis sobre Walt Whitman; en esa misma época, empezó su actividad de traductor con Moby Dick de Melville y La risa negra de Sherwood Andersoni. Tradujo también a Gertrude Stein, John Steinbeck y Ernest Hemingway, y comenzó a escribir crítica literaria.

Fue uno de los fundadores de la editorial Einaudi, en la que permaneció como editor hasta su muerte.

En 1934 lo nombraron director de la revista "Cultura", donde publicó sus escritos antifascistas. En mayo de 1935 fue detenido por motivos políticos y confinado en Brancaleone Calabro. En 1936 regresó a Turín y publicó el libro de poesía Lavorare stanca. Durante la guerra, se refugió con su hermana en Serralunga y, cuando aquélla terminó, se inscribió en el Partido Comunista Italiano.

La narrativa de Pavese trata, por lo general, acerca de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela.

Víctima de repetidas crisis depresivas, Cesare Pavese se suicidó el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Turín, ingiriendo doce sobres de somníferos.

Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos...


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos–
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sobre ti sola te inclinas
en el espejo. Oh esperanza querida,
ese día sabremos también nosotros
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
resurgir un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Descenderemos al abismo mudos.

La noche

Pero la noche ventosa, la límpida noche
que el recuerdo rozaba solamente, está remota,
es un recuerdo. Perdura una calma asombrada
también ella hecha de hojas y de nada. No queda
de aquel tiempo más allá de los recuerdos, sino un vago
recordar.

A veces retorna en el día
en la inmóvil luz del día de verano
aquel remoto estupor.
Por la ventana vacía
el niño miraba la noche sobre las colinas
frescas y negras, y lo asombraba verlas en montón:
vaga y límpida inmovilidad. Entre las hojas
que susurraban en la sombra, surgían las colinas
donde todas las cosas del día, las laderas
y las plantas y las viñas, eran nítidas y muertas
y la vida era otra, de viento, de cielo,
y de hojas y de nada.

A veces retorna
en la inmóvil calma del día el recuerdo
de aquel vivir absorto, en la luz asombrada.

La voz

Cada día el silencio del cuarto solitario
se cierra sobre el leve derroche de cada gesto
como el aire. Cada día la breve ventana
se abre inmóvil al aire que calla. La voz
ronca y dulce no vuelve en el fresco silencio.

Se abre como el respiro de quien esté por hablar
el aire inmóvil, y calla. Cada día es el mismo.
Y la voz es la misma, no rompe el silencio,
ronca e igual por siempre en la inmovilidad
del recuerdo. La clara ventana acompaña
con su latido breve la calma de entonces.

Cada gesto percute la calma de entonces.
Si sonase la voz, volvería el dolor.
Volverían los gestos en el aire asombrado
y palabras palabras a la voz sumisa.
Si sonase la voz aun el latido breve
del silencio que dura, se haría dolor.

Volverían los gestos del vano dolor,
percutiendo las cosas en el zumbido del tiempo.
Pero la voz no vuelve, y el susurro remoto
no encrespa el recuerdo. La inmóvil luz
da su latido fresco. Para siempre el silencio
calla ronco y sumiso en el recuerdo de entonces.

Palabras del político

Se pasaba ligero por el mercado de los peces
para lavarse la mirada: los había de plata,
bermejos, verdes, color mar.
Comparado con el mar todo escamas de plata
ganaban los peces. Se pensaba en el regreso.

Bellas hasta las mujeres del ánfora en la cabeza,
aceitunada, forjada sobre la forma de los flancos
dulcemente: cada uno pensaba en las mujeres,
cómo hablan, ríen, caminan por la calle.
Reíamos cada uno. Llovía sobre el mar.

Por las viñas escondidas en las fracturas de la tierra
el agua macera hojas y racimos. El cielo
se colorea de nubes escasas, enrojecidas
de placer y de sol. Sobre la tierra sabores
y colores en el cielo. Nadie con nosotros.

Se pensaba en el regreso, como después de una noche
de insomnio se piensa en la mañana.
Se gozaba el color de los peces y el jugo
de la fruta, vivaces en el hedor del mar.
Ebrios estábamos, en el retorno inminente.

Eres como una tierra...

Eres como una tierra
que ninguno ha nombrado.
Ya nada esperas
sino la palabra
que brotará de lo hondo
como un fruto entre ramas.
Hay un viento que te alcanza.
Cosas secas y muertas
te abruman y andan en el viento.
Cuerpos, voces antiguas.
Tiemblas en el verano.

Versiones de Rodolfo Alonso

1 comment:

DIANA CORDERO said...

Que fuerte leer hoy a Pavese...estoy aún impactada por la muerte de Celia Hart...Fue la primera noticia que tuve hoy a la mañana.
Pavese fue un luchador y nos ha dejado una riqueza en sus obras (que duelen al tiempo que deleitan muy hondo).
Bueno, nada...un alto en mi trabajo para leer A romper el cerco...encontré los poemas, todo me hizo click y decidí postear estas palabritas.
Salud, compañero
Diana Cordero