Nota del posteador:
Pues ya el asombro no tiene cabida. Si, uno de los principales jilgueros juveniles en los medios electrónicos Carlos Loret, da cuenta de un desgastado presidente espurio y es cierto lo que contaba en cada mitín Andrés Manuel López Obrador, en su visita a Nuevo León, celebrado por el respetable con vivas y arengas: Al espurio ya la dicen Lipe, porque hasta los del primer círculo, político y económico que apoyaron el fraude le perdieron la Fe.
Así las cosas, con la tropa fuera de sus cuarteles, la seguridad nacional en manos de ineptos y sin idea, el vacío de poder es una realidad y cuando los vientos enrarecidos traen pestilencia, es que habrá cambios, no sabemos si estos serán superficiales, para efecto de darle nueva cara a lo mismo, o si habrá cisma en el primer círculo para aventajar en los privilegios que otorga el poder.
Carlos Loret de Mola
Historias de un reportero
Felipe Calderón llega a su segundo año de gestión como lo han hecho al
menos los últimos dos presidentes: con la opinión pública discutiendo si
va caer. La imagen del mandatario con un cabestrillo sosteniéndole el
brazo izquierdo es un logotipo involuntario del estado actual de cosas:
con tal de que no le duela la fractura, ya no se mueve.
En el primer año logró lo que nadie hubiera apostado: tomó posesión con
tribuna sitiada, resanó la institución presidencial, se ganó a la gente
por “al menos hacer algo” contra el crimen, neutralizó a López Obrador y
consiguió en el Congreso sacar la reforma al CITE, la minihacendaria y
hasta aprobar por consenso el paquete económico 2008.
Del segundo año, lo único que puede reportarse es un gobierno estancado:
según las encuestas, los dos principales problemas que percibe la
población son, en ese orden, carestía e inseguridad. Calderón no puede con
ellos. Lo rebasan. El “presidente del empleo” tiene una economía mexicana
en el último lugar de crecimiento en Latinoamérica. En sus segundos años
de gobierno, a Fox y Zedillo se pedía que no hubiera otra crisis sexenal.
Ahora eso no basta. A Calderón se le ha subido la bandera: se le exige
mejoría, y en lugar de eso, los bolsillos se debilitan.
Suben tortillas, aceite, frijol, pan, gasolina. Los factores
internacionales que mueven con especulación los costos de comida y
combustibles se llevan a México en una muela.
En la inseguridad, ya se terminó la luna de miel. El Presidente que
arrancó el mandato declarando la guerra al crimen no ofrece menos sangre a
una sociedad que lo ha respaldado y ya no está dispuesta a esperar: se le
reconocen las buenas intenciones, pero si aprendió algo de Fox, ésas no
bastan.
La infección en las policías y jueces parece incurable al menos con el
remedio que ha aplicado el primer mandatario: lleva 21 meses y no ha
logrado que exista una policía municipal confiable.
En el segundo año, incapaz de plantear su propio juego, Calderón ha dado
muestras de agotamiento y sólo reacciona al juego que le marcan otros: si
matan en Juárez, para allá va el Ejército. Que ejecutan en Yucatán, pues
al sur los verdes. Que suben los precios, un programa que los baja
tantito. Vuelven a subir, y vuelve a presentar el programa con otro
nombre; y al final, quedan más caros que antes. Que le voltea la cara el
PRD, se alía con el PRI. Que le faltan presidenciables, manda a Juan
Camilo a Gobernación. Que le salen los contratos, recurre al PRI para
salvar a su hombre más cercano. Que no quiere Ebrard la foto, se monta en
la ola Martí para orillarlo a sentarse a la mesa. Que Espino grita, manda
a Germán Martínez y Mouriño a tenderle la mano.
El Presidente que se adhiere al “basta ya” de impunidad firma con Mario
Marín y Ulises Ruiz. El que prometió erradicar la corrupción negocia con
Elba Esther y no toca a Romero Deschamps en la iniciativa Pemex. El que
logró posicionar en la agenda la reforma energética la vio secuestrada por
el PRD con su discusión sobre la privatización, y por el PRI en la
votación de lo que finalmente, si se aprueba, quedará como ley. Y depende
de qué salga en el Congreso, salvará o no 2008.
Mientras, el estancamiento sumado a la carestía y la inseguridad impulsan
la irritación y el desencanto. Y ni modo de que voltee a ver a su gabinete
que, salvo un par de excepciones, ha juntado en dos años méritos para que
a nadie sorprenda cualquier remoción.
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