Carlos Monsiváis
Grupo Reforma
No se dispone de tiempo mental para otro tema: las granadas arrojadas miserablemente a la multitud en Morelia y los 24 jóvenes albañiles asesinados en Huixquilucan y cuyos cadáveres aparecieron en La Marquesa. Esto en el centro de la obsesión evocativa, al lado de: -Los miles de ejecutados, por lo común integrantes del narcotráfico, pero, crecientemente, personas que allí se hallaban, por esa casualidad que ya no lo es tanto.
-Los secuestros, que han desmoralizado y en gran medida desmovilizado a la sociedad y cuyo ejemplo más trágico es el del joven Fernando Martí, pero que no se confina en una clase social, abarca incluso a los habitantes de colonias populares. En días pasados, una criatura en una zona pobre fue asesinada porque, de seguro, sus padres no pudieron pagar el rescate. Caen algunas bandas, pero el mecanismo sigue inalterado.
-Los levantones, anuncios irremisibles del asesinato o de los asesinatos de los "levantados", previa tortura y angustia de las familias -Las pruebas de la prepotencia: así por ejemplo, el joven militar herido por unos "desconocidos" (ya sinónimo del narco) al que recoge una ambulancia que huye perseguida por los asesinos frustrados; así por ejemplo, en un número elevado de ciudades las incursiones de los narcos en las discos, que cierran y donde obligan a las jóvenes a bailar con ellos; así por ejemplo, los asaltos en la frontera norte a restaurantes a la hora de la comida, con el despojo consiguiente y la fuga del grupo delincuencial con varios de los automóviles. (Choferes no les faltan).
-El aniquilamiento de la vida nocturna en las ciudades de la frontera norte, y no sólo allí. Salir a cenar, al teatro o al cine se vuelve una "aventura" al margen de las consecuencias específicas.
-La angustia de los padres de familia que aguardan la llegada de sus hijos con impaciencia creciente y que se han vuelto adictos, de otra manera, del celular. A eso se agregan los telefonemas, generalmente falsos, donde voces como de doblaje aseguran que tienen secuestrado al hijo o la hija, y exigen del padre o de la madre que lleve una cantidad de dinero a un estacionamiento.
-La salida de México de un número significativo de personas, hartas de los chantajes, desesperadas ante la imposibilidad de pagar las "cuotas", asfixiados por la imposibilidad o la gran dificultad de acudir a la policía.
-La salida de las zonas agrarias de empresarios grandes o medianos que no resisten las presiones y los secuestros. Baste recordar el secuestro del hijo del cantante Vicente Fernández, y la terrible mutilación de dos dedos que se enviaron como pruebas.
-La desconfianza social ante las promesas de las autoridades y su República del Spot, donde todo se soluciona en el horario Triple A del ensueño. No es tanto incredulidad como credulidad transferida a una época remota.
-El pavor en las colonias populares ante las variantes a escala del proceso: amenazas, extorsiones, secuestros, golpizas, levantones. "¿No me digan que por ser pobres se iban a escapar?".
...
El conjunto da por resultado un panorama devastado por el miedo o el terror. El miedo es inevitable, y suele usarse como técnica de autopreservación; el terror es un dispositivo del aniquilamiento psíquico, que reduce al mínimo las posibilidades de respuesta.
En ese sentido, además de las acciones de las autoridades y de las exigencias de las personas y los grupos sociales, se requiere una reflexión crítica que comience por analizar el modo en que se ha reaccionado hasta ahora a las incursiones del narco.
No creo en lo afirmado por el Presidente Felipe Calderón, su idea de que la sociedad ha sido cómplice; algunos, en su muy tremendo provecho, han sido cómplices y socios, pero la mayoría se han sentido rehenes de su indefensión. El cargo que lanza Calderón no tiene mayor sustento.
...
El terrorismo que ahora infesta el País carece por lo visto y por lo experimentado de un plan y de una lógica que alguien, desde fuera, consiga advertir. ¿A dónde se va asesinando a estos jóvenes albañiles que vivían en condiciones de pobreza considerable, hacinados en cuartitos donde debían caber cuatro o cinco, levantados a la media noche, muy probablemente torturados? No hay información confiable, salvo la que proporcionan los diarios: "Tras haber sido velados la madrugada del jueves en los que fueron sus hogares, en punto de las diez de la mañana de ese mismo jueves 18 de septiembre y tras un fuerte aguacero fueron sepultados en sus respectivas comunidades de San Andrés Tuxtla los once jóvenes asesinados en el Estado de México. Envueltos en una enorme tristeza, los familiares sólo querían darles cristiana sepultura a sus difuntos. Al sepelio acudieron las esposas, los padres, los hermanos, los hijos, los amigos y los habitantes de cada una de sus comunidades". Acompaña la nota una foto de un panteón efectivamente tristísimo, unas cuantas flores y cruces muy pequeñas.
¿Se puede sostener que lo ocurrido es un enfrentamiento de narcos, como se ha publicado? ¿Por qué no se hacen las investigaciones que corresponderían a la enormidad del caso? ¿Se trata una vez más de que los pobres entierren a los pobres?
El atentado de Morelia llevó, muy justamente, al Gobernador Leonel Godoy a instituir una pensión para las familias de las víctimas. ¿Quién se acordará de los deudos de estos albañiles, cuyo trabajo en Huixquilucan se oscurece?
Al narcotráfico se responde con una sensación profunda, la pérdida, que todos comparten, y en ese sentido el llamado oficial a la unidad llega tarde. Desde que se conocieron las noticias, la unidad moral y ética estaba ya en práctica. Pero es preciso extender la solidaridad a esas víctimas que surgen y mueren exclusivamente como noticia.
Son seres humanos maltratados por sus empleadores y sacrificados por razones que hasta el momento no se comprenden. Dejarlos en calidad de anécdota de arenas movedizas sería una demostración más de los efectos del terror.
opinion@elnorte.com
No comments:
Post a Comment