Adolfo Sánchez Rebolledo
El 14 de abril de 1976 muere José Revueltas. Esa misma tarde, agobiados por el dolor, sus camaradas le rinden un último homenaje de cuerpo presente en el auditorio Che Guevara, ese espacio abierto, colectivo, consagrado por generaciones al debate y la crítica, el mismo lugar donde el escritor compartió, “como uno más”, en un clima de tolerancia y respeto mutuo, las esperanzas pero también los tropiezos del Movimiento Estudiantil de 1968.
De ese momento quedan varios registros. Uno de ellos es la reseña del acto luctuoso, grabada, transcrita y editada por Julio Pliego para su publicación en la revista Punto Crítico, en la cual queda constancia de las palabras dichas por Roberto Escudero, Juan de la Cabada y Eli de Gortari, así como los comentarios del maestro de ceremonias Luis González de Alba. Tomo de allí algunas citas.
“Agosto de 1968. –Escudero convoca en su intervención algunas imágenes persistentes– Este auditorio repleto de estudiantes que iniciaban un movimiento que nadie sabía hasta dónde nos iba a conducir. Primer intelectual que se presenta en este auditorio: José Revueltas con un traje gris, un gran portafolios. José Revueltas se queda en esta Facultad de Filosofía y Letras y de inmediato se incorpora al Comité de Lucha. Revueltas duerme con el mismo traje que llegó, en los escritorios de ésta facultad, boca arriba. Otras imágenes. Revueltas discute de igual a igual con los estudiantes que han iniciado este movimiento. José Revueltas sale de este auditorio para ser preso.”
Escudero subraya la independencia crítica y la militancia revolucionaria del escritor y llama la atención sobre el hecho extraordinario de que se le rinda homenaje en ese escenario “a un hombre que nunca pasó por la universidad ni como estudiante ni como profesor”, lo cual resulta, empero, un signo alentador de que nuestra universidad “puede recibir en su seno a los mejores hombres de México”. (Ver: Homenaje a José Revueltas, suplemento especial de Punto Crítico, año V. Núm. 53, mayo, 1976.)
Y es que, no obstante la sincera familiaridad con que lo tratan, Revueltas y los estudiantes saben que él, en cierto sentido más profundo, no pretende ser uno más, si bien se identifica y comparte con ellos las mismas carencias y alegrías. De la misma manera, nada habría sido más lejano a la personalidad de Revueltas que presentarse al movimiento a la manera de un santón de la izquierda, imbuido de un repentino protagonismo. Por el contrario, Revueltas decide incorporarse al Comité de Lucha de Filosofía y Letras en cumplimiento de lo que él considera su modesto deber de intelectual revolucionario, desprovisto de partido sí, pero cargado con el valioso arsenal de sus ideas y experiencias, acumuladas sin interrupción desde la adolescencia, como bien apunta Juan de la Cabada.
“Para Revueltas no había otra opción: el movimiento estudiantil era a ojos vistas un movimiento histórico al que una conciencia como la suya no podía sustraerse sin claudicar. Y a él dedica todos su esfuerzos. En el 68, una vez más, Revueltas –como escribe el editor del homenaje– combatió a los pesimistas, mantuvo viva la inteligencia en llamas de su actitud crítica.”
Allí, en asambleas multitudinarias o comités reducidos expresa sus opiniones con franqueza, debate, confronta (y es criticado) dando lo mejor de sí mismo y corriendo la suerte de sus camaradas sin pedir jamás un trato especial. No extraña, pues, que al recordar a Revueltas, la imagen imborrable del escritor aparezca en ese homenaje del 76 indisolublemente ligada a la del revolucionario, al ser radical considerado en su faceta más universal y humana: la que subraya la coherencia entre los principios y la acción, la capacidad de sostener por encima de las conveniencias pasajeras las convicciones propias, nacidas no sin desgarramientos interiores, luego de batallas imposibles de ganar conforme a la lógica convencional de “las ideas dominantes”, vinieran entonces del establishment capitalista o del adocenamiento sectario marxista-leninista,
“Me es difícil pensar en algún otro ser humano tan honesto como José Revueltas”, dijo el filósofo Eli de Gortari, encarcelado también por su adhesión desde la representación magisterial al movimiento. “Nunca fue un dogmático ni un ortodoxo”, pues en cierta forma lo que hace de Revueltas un hombre singular en nuestro medio es su fidelidad a esa “idea tan bella de Descartes”.
Frente al intento temprano de homenajear al escritor oponiéndolo al político revolucionario, se subraya la persistencia de una conducta moral, que nutre por igual vida y obra, literatura y acción, es decir, el total de la praxis revueltiana.
Arraigada en los valores que su trayectoria recoge y transmite, la actualidad de Revueltas, su irrefutable contribución al futuro, será esa disposición para eludir críticamente el adormecimiento producido por las seguridades de la falsa conciencia.
En su oración fúnebre en el Panteón Francés, Enrique González Rojo apunta con exactitud: “José Revueltas representa en México la honestidad, y cuando digo honestidad hago referencia a la rectitud política, la rectitud literaria, la rectitud humana”. Esa sencilla e inconfiscable lección dejada por Revueltas a la izquierda se sitúa en las antípodas del cálculo político y el filisteísmo que en nuestros días han crecido exponencialmente, pero tampoco es neutral ni se refugia en la opacidad de las conductas respetables, codificadas según los catecismos ideológicos en boga.
“A Revueltas –dirá en el entierro Martín Dosal, su compañero de celda en Lecumberri– lo caracteriza esencialmente la generosidad, esa generosidad sartriana que tiene como principio y fin la libertad”.
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