Ángel Xolocotzi Yáñez
Ilustración tomada de: farkyaralari.blogspot.com
El 8 de abril se cumplen 150 años del nacimiento de Edmund Husserl, fundador de la fenomenología. La filosofía contemporánea se halla en deuda con este pensador, en la medida en que la renovación que llevó a cabo dirigió gran parte de las discusiones y propuestas determinantes en el siglo xx y, quizás, sea análoga a la obra de Nietzsche: algo de lo que se hablará en los siglos venideros.
A más de un siglo de haberse iniciado, la fenomenología ha sido motor de las grandes líneas del pensamiento continental: la desconstrucción, el postestructuralismo, el pensamiento de la otredad, la postmodernidad, el existencialismo. No creo exagerar al decir que sin Husserl no resonarían nombres tan familiares para la filosofía como Sartre, Heidegger, Scheler, Levinas, Stein, Derrida, Merleau-Ponty, Ricoeur, Patocka, Fink, Tanabe, por señalar algunos.
Quizás el término fenomenología es desconcertante y más desconocida es aun la figura de su fundador. ¿A qué se debe el desconocimiento de su obra y persona? De modo fundamental, al mismo Husserl, para quien la filosofía no era otra cosa sino la posibilidad de aclararse él mismo su estancia en el mundo. “Sin claridad no puedo vivir”, solía decir. Para Husserl, la filosofía fenomenológica era, pues, un asunto vital. Que eso haya coincidido con su trabajo académico fue, para nosotros, algo afortunado. El desconocimiento de su obra se debe en parte a que Husserl nunca buscó ser protagonista, sino que todo se centraba en lo que para él era un asunto de vida o muerte: aclararse su relación con el mundo. Así, la actitud husserliana en torno al conocimiento y la verdad limitaba la tendencia a publicar: consideraba que nada de lo que tenía escrito era todavía publicable. Por suerte, fue generoso en algunos casos. También debido a ello encontramos ahora en los archivos Husserl (el central en Lovaina) más de 45 mil páginas de su autoría.
La publicación de sus obras (Husserliana: cuarenta volúmenes) es sólo una muestra del incansable compromiso que guió a Husserl en su trabajo pensante. Su vida no fue otra cosa que la encarnación de aquello que él mismo enfatizaba: la filosofía no puede ser dogmática y por ello siempre el filósofo debe ser principiante. Tal obsesión, mostrada en el aula y en lo poco publicado por él en vida, ha sido lo que cautivó a varias generaciones.
La exigencia de claridad condujo a Husserl a poner en entredicho las posiciones cómodas que se adoptan en el filosofar: se parte de un tema o autor. Para Husserl esto no es suficiente, porque en ello ya hay una serie de presupuestos que impiden ver las cosas como son. Por eso insistirá en que la filosofía fenomenológica no pretende otra cosa que “ir a las cosas mismas”, ya que el fenómeno es aquello que se muestra como tal. Se trata, pues, de tomar una actitud radical en torno a los problemas, dirigiéndose al asunto mismo, haciendo a un lado teorías e interpretaciones heredadas.
Frente a la ingenuidad en torno a la independencia de las cosas, Husserl sienta las bases para una tematización relacionante entre las cosas y su respectiva aprehensión. Más allá de posturas realistas e idealistas, siempre unilaterales, la fenomenología se centra en el carácter vivencial de lo dado. El énfasis no recae en un lado o en otro, sino en la correlación entre la aprehensión y el darse de las cosas. Sin embargo, este a priori de correlación no es un asunto trivial, sino que exige un rigor metodológico que evita atribuirle más al darse de la cosa o quitarle ámbitos a la aprehensión.
Los problemas metodológicos derivados de esta exigencia mostrarán la gama de posibilidades que aborda Husserl a lo largo de su obra. No sólo encontramos una fenomenología descriptiva en torno al carácter vivencial de la conciencia, sino que también hallamos una línea de trabajo en torno a la génesis misma del carácter aprehensor de las vivencias (fenomenología genética). Asimismo, el enfoque metódico conducirá a la necesidad de ver la fenomenología como un modo específico de acceso a un ámbito puro sin presupuestos. Ahí, Husserl identificará su proyecto fenomenológico con una fenomenología trascendental, concretamente a partir de 1913, con la publicación de sus Ideasi.
Los períodos de la obra de Husserl coinciden con sus estancias laborales: mientras que los catorce años en Halle sirvieron para concebir las bases de la fenomenología, serán los otros catorce años en Gotinga los que iniciarán el “movimiento fenomenológico”, con sus primeros allegados y, a la vez, consolidarán su fenomenología trascendental. Su última estación académica, en Friburgo (1916-1938), estará enfocada a la tematización del mundo de vida como ámbito olvidado en la tradición filosófica occidental. Asimismo, sabemos que Friburgo será escenario de una tensa relación con Martin Heidegger, su asistente a partir de 1919, y de quien Husserl dirá, diez años después, que es uno de sus “antípodas” (el otro era Max Scheler).
El caso Heidegger y Scheler muestran palpablemente el rumbo que había tomado la fenomenología: una serie de herejías en torno al maestro, como dirá Spiegelberg. Los parricidios se irán multiplicando hasta llegar a las propuestas más heterogéneas. La actual diversidad fenomenológica ha llevado incluso a fundar, en 2002, la Organización de organizaciones de fenomenología, que reúne por lo menos a sesenta grupos de trabajo a nivel mundial, entre ellos el Circulo Latinoamericano de Fenomenología (CLAFEN).
Sin querer defender una simplificación fenomenológica en donde todo cupiese, pero sin caer a la vez en la filología embalsamadora de ideas, se debe mantener viva la invitación al cuestionamiento de prejuicios y hábitos, para así abrirse a la posibilidad de ir a las cosas mismas. De ese modo se honrará la vida y obra de aquel hombre nacido un 8 de abril de 1859, y cuya actitud comprometida cambió, silenciosamente, el rumbo pensante de Occidente: Edmund Husserl.
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