Marco Rascón
Nunca como ahora, en estos tiempos de crisis nacional, fueron tan necesarios los partidos políticos, y nunca como ahora su existencia actual fue tan inútil.
La crisis de los partidos políticos en México como vías para la representación de los intereses y posturas de la ciudadanía es un hecho, pero no se sale de ella cuestionando el ejercicio de la política, sino convocando, una y otra vez, al interés y la demanda de los ciudadanos por ejercerla y abrir los canales de participación, representación y decisión.
Hoy, los intereses que han secuestrado el ejercicio de la política, convertidos en una nueva clase de fariseos, lo hacen de varias maneras: planteando que vendrá uno a salvar a la sociedad desde el poder; despolitizando a la sociedad y creando condiciones para el alejamiento, y haciendo de los partidos el único camino para el ejercicio de la política.
En esta larga, trágica y cómica caricatura de transición que surgió desde 1977, el viejo régimen priísta moldeó la estructura y funciones de los partidos políticos y se hizo lo insólito: en la medida en que se logró la alternancia, la autonomía de los órganos electorales y su ciudadanización, los mismos partidos entraron en complicidad desde el mismo Instituto Federal Electoral (IFE) y el Congreso de la Unión para impedir que los ciudadanos tuvieran acceso a las decisiones electorales. Pese a ser considerados "organismos de interés público", regidos por estatutos propios y supervisados desde tribunales especiales, los partidos han sido desde hace tiempo el obstàculo, el problema, la muralla que ha motivado el alejamiento ciudadano de lo electoral y obstruido que los intereses de la sociedad estén plasmados en las tareas legislativas y de los gobiernos.
En cada elección constitucional, los partidos revientan, y al final imponen, como dueños absolutos de las boletas para sufragar, sus logotipos para ceñir y limitar la voluntad ciudadana. Todo el hartazgo ciudadano se lo tragan los recursos de las campañas y la hechura de candidaturas por medio de grupos y facciones partidarias que vencen a sus correligionarios. Finalmente, en el gran negocio de la política los porcentajes (no los votos) se cambian por prerrogativas, por ello a los partidos no les interesa mayormente que la ciudadanía vote, ya que cobran por los porcentajes obtenidos y hasta el abstencionismo los favorece.
Desde el año 2000, la llegada de la "alternancia" no significó apertura, sino cada vez mayor distancia entre la estructura de partidos y la sociedad, difiriendo ambos en sus objetivos.
La sociedad ha buscado, una y otra vez, dinamismo y representatividad, compromisos, trabajo, renovación, coincidencia entre lo que se dice y se hace, mientras que los partidos se han enfrascado en la lucha por el poder y en la caza de la Presidencia de la República, como si ése fuera el principal y único problema del país.
En los nueve años que han transcurrido, la actuación polarizada y en conflicto del conjunto de los partidos terminó por dividirlos, representando al viejo partido de Estado. En estos nueve años, el viejo poder presidencial no desapareció ni se democratizó, sino que se fraccionó en 32 poderes absolutos que los gobernadores representan hoy como virreyes sin control en cada estado. El pacto federal terminó en una confederación de sindicatos de gobernadores, apoderados del Senado y las diputaciones, donde imponen voceros, muy definidos, que orientan a las camarillas lo mismo en las luchas intestinas por intereses particulares que en los conflictos.
En estas condiciones crece la perspectiva de desarrollo de amplios movimientos ciudadanos contra el sistema de partidos y por la defensa de derechos concretos al margen del sistema político vigente, vía los partidos y su control de los accesos a la representación legislativa y de gobiernos municipales, estatales y federal. Es casi necesario un sistema de participación electoral independiente, con urnas alternas para votar por candidatos y posiciones independientes a fin de crear condiciones para liberar el sistema electoral del control partidario y de los intereses oligárquicos. Una tarea ciudadana urgente es liberarse de las formas corporativas y clientelares que la cultura priísta diseminó como prácticas universales, degradando a los partidos y su función vital y necesaria.
Esta contradicción está plasmada entre amplios sectores que generan actividad económica y son la base que sustenta el desarrollo económico nacional, la que paga impuestos, es causante cautiva, genera empleos en los momentos que la gran economía destruye y, sin embargo, carece en absoluto de formas de representación. Junto con ellos, está la gran fuerza del trabajo, dispersa, desorganizada, devaluada, que hace posible mantener los valores económicos y cohesiona el tejido social.
De ahí la propuesta, en esta coyuntura, de presentar candidatos independientes para mantener la voluntad por una salida necesaria.
http://www.marcorascon.org
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