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Siete preguntas para una escritora fuera de serie
Foto: Gaspar Correa |
Esther Andradi
entrevista con Luisa ValenzuelaSu obra es altamente política; su estilo, una mezcla de humor, erotismo y sofisticación; su vida atravesada por los viajes y el exilio: Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938) es referente imprescindible de la literatura argentina contemporánea. Misterio, ironía y sensualidad es la marca de sus libros. Sus historias transgresoras, la precisión de sus cortísimos relatos y sus lúcidos ensayos fueron sucesivamente premiados por la crítica internacional. Nómada por naturaleza, vivió en diferentes países y lenguas, hasta 1989 cuando regresó a su Buenos Aires natal. Allí, en un galpón reciclado reúne máscaras, pinturas y libros que evocan su paso entre otros mundos y lenguas. Traducida casi íntegramente al inglés y parcialmente a más de ocho idiomas, en octubre próximo y durante la Feria Internacional del Libro de Monterrey, un simposio organizado por Pol Popovic, estará dedicado a su obra. Su nueva novela, El mañana, será publicada en marzo próximo simultáneamente en México por Fondo de Cultura Económica, y en Buenos Aires, por Seix Barral.
–Desde fines de los años sesenta vienes publicando ensayo, novela, cuento, y ahora el microcuento, en que te comportas con maestría...¿qué te queda en el tintero?
–Debo confesar que la cosa empezó antes. Un verdadero pecado de juventud, porque mi prime ra novela, Hay que sonreír, fue publicada en 1966 pero la escribí en Francia en 1960. Siempre pensé que a lo largo de los años iban surgiendo los temas al azar, pero ahora voy descifrando un hilo conductor de incesantes buceos en busca de algo inasible, inaferrable, dentro del lenguaje mismo, así que lo que queda en el tintero –o no– me resulta un misterio. Pero quizá sea eso, el misterio, lo que queda, y entonces se sigue buscando, es decir, se escribe hasta la muerte. Los diversos géneros son sólo stepping stones en este camino que se va creando palabra tras palabra. ¡Qué condena!
–Comenzaste como periodista, igual que muchas de las mejores firmas del idioma.¿Qué te dio el ejercicio de esta profesión para la literatura? ¿Qué te quitó?
–Tuve un jefe en el diario La Nación que era un hombre muy cuidadoso del estilo, así que aprendí concisión y rigor, muy necesarios en la escritura literaria. Y el periodismo me permitió satis facer mi curiosidad innata y las ganas de meterme en los mundos más diversos, pero perio dismo y literatura son agua y aceite, dos formas muy distintas de enfocar la mirada para escribir, así que debí moverme de uno a otro lugar alternativamente, defendiendo los territorios de cada uno y prestándoles atención por separado.
–Perdón, pero voy a volver sobre un tópico: Escri tura y escritoras ¿qué te sugiere: fastidio, diver sión, indiferencia?, ¿identidad, pasión, mirada oblicua?
–Me sugiere dos cosas opuestas. Vivo interés por un lado, porque creo que las mujeres tenemos una forma distinta de acceso al lenguaje y es algo que me interesa explorar, y por el otro, cierta irri tación, porque en América Latina el paisaje de la literatura escrita por mujeres está ocupado en primer plano por escritoras que no tienen un verdadero valor literario, y eso distrae de las muchas otras que sí son excelentes y profundas.
–Hace poco participaste en un homenaje a Luisa Mercedes Levinson, escritora argentina redescubierta, casualmente tu madre. ¿Cómo fue ese camino entre hija y madre en la escritura?
–Fue en la Biblioteca Nacional, por los veinte años de su muerte. Yo admiraba mucho su obra y creo que a ella no le disgustaba la mía. Pero nuestro camino consistió en senderos que se bifurcan, por suerte. A los veinte años me fui a vivir a Francia, quizá para huir no sólo de una influencia, que no era necesariamente tal, sino sobre todo de la amenaza de ser para siempre “la hija de”. La distancia me permitió seguir admirando la escritura de mi madre sin que eso significara un peso para mí. Lo que se hereda no se hurta, dicen, y así es, si se tiene en cuenta que la herencia de un talento especial debe ser sólo un trampolín para alcanzar una zona muy propia del tal supuesto talento.
–Viajera desde los veinte, largas residencias en países y en idiomas extraños alimentaron tu literatura, y la lengua madre, ¿cómo se las arreglaba entretanto?
–Tengo alma de gitana; he vagabundeado mucho, vivido mucho en el extranjero y me encan tan los viajes. Porque pienso que las raíces las llevamos con nosotros, son aéreas como las de esa planta no parásita y móvil llamada “clavel del aire”. En última instancia, la lengua materna es nuestra verdadera casa (esa casa del ser de la que habló Heidegger). Es cierto que al principio, en Francia, escribía con muchos galicismos, pero fui cuidando y puliendo mi instrumento lo mejor posible. Quizá por eso me interesa tanto trabajar dentro del lenguaje mismo: porque es lo más raigalmente mío que tengo, esté donde esté y viva donde viva.
–Títulos con que definirías tu relación entre literatura y vida: ¿Amor sin barreras? ¿Ese oscuro objeto del deseo?
–Esos títulos se ajustan a ese ambivalente equi librio. Para mí casi se puede decir que no existe vida sin literatura, y viceversa. Pero hay mil otros títulos: La fuga, En busca del arca perdida, Chikenrun, Los locos Adams. En el fondo nunca me tomo tan en serio la vida. La literatura en cambio sí, pero como está contaminada de vida…
–La máscara es leitmotiv de tu literatura. Pienso en la antropóloga de La travesía y al mismo tiempo en el misterio de los ensayos de Peligrosas palabras . ¿Qué significan para ti?
–Las máscaras son muchas cosas para mí. Quizá sobre todo un motor que me impulsa al movimiento, y no sólo al baile. Me desplazo para ir a buscarlas en ceremonias y carnavales, o me llevan mentalmente a otros mundos. Las máscaras son un símbolo y un encantamiento, una bisagra entre el mundo sagrado y el profano, son la única obra de arte que vive con el ser humano y lo modifican de verdad. Estoy rodeada de máscaras en mi casa, mucho más que en mi literatura, aunque le regalé muchas a la protagonista de La travesía, porque son también un vehículo que te lleva a buen puerto. Y son guardianas del Secreto, ése con mayúscula que nunca debe ni puede ser develado del todo.
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