Javier Sicilia
Todas las grandes tradiciones religiosas han elogiado la simplicidad –“fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni meten en graneros [...] observen cómo florecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar [...]”, dice Jesús, el que nació en el pesebre de Belén–, todos los grandes espirituales se han construido caminando hacia ella; incluso, los mejores momentos de nuestra vida están repletos de sus resonancias. Son aquellos en que, salidos del mundo, de sus ajetreos y de sus pretensiones, nos sentamos a contemplar y a estar. Cuando esto sucede, el mundo que se despliega ante nosotros es nuestro porque hemos dejado de usarlo, de describirlo, de intentar comprenderlo y apropiárnoslo. Es nuestro porque lo dejamos estar y nosotros somos de él porque, abandonando nuestras pretensiones, lo habitamos en nuestro puro estar.
Para el hombre simple, la realidad no deja de ser de una infinita complejidad. Sin embargo, lo que le importa es la manera en que esa complejidad se expresa en la sencillez de su presencia. Agelus Silesius lo dice de una manera muy hermosa: “La rosa carece de por qué, florece porque florece, no desea ser vista. ” De igual manera, ese mismo hombre simple está en el mundo y al desplegarse en él, es decir, al hacer, como nosotros, lo suyo, pero sin discursos, sin comentarios, sin pretensión alguna, por la única y simple alegría de estar y de existir, impregna todo de un sentido cuya complejidad es inmensa en su sencillez. Al igual que la rosa de Silesius, el simple florece porque no desea ser visto, porque acepta y goza lo que en el mundo es.
Pero así como hay momentos de gran simplicidad y seres, muy escasos, que la habitan, hay sitios, también escasos, donde la simplicidad es la vida cotidiana misma. Yo viví un tiempo en uno. Se llama El Arca y fue fundada por un simple, Lanza del Vasto. Allí todo ha sido reducido a su simpleza humana: el trabajo, a la simplicidad de la herramienta y las manos; el tiempo libre, al canto, a la meditación y a la celebración en común. Un hermoso equilibrio entre lo que la boca pide y la mano puede dar, y una hermosa armonía entre lo que la libertad del espíritu pide y el encuentro con el mundo y los otros da. Un estar haciendo lo que corresponde en el desapego y la pobreza. Allí la riqueza es todo y el tesoro nada. Una infancia reconquistada y liberada de sí.
Nosotros, bajo el malestar de un mundo que extravió la realidad en la complicación de sus sistemas, tenemos necesidad de esa simplicidad. Quizá no podamos ya crearla, pero podemos vivirla un poco mediante actos de renuncia selectiva a nuestros consumos y pretensiones. Un poco de olvido de sí, de austeridad consentida, de renuncia al orgullo, al miedo y a la pretensión, basta para redescubrir la sencilla pre sencia de la realidad de lo real.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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