Paul Celan en una fotografía de pasaporte de 1938
Hermann Bellinghausen
El veneciano Andrea Zanzotto, figura central y originalísima en la poesía italiana contemporánea, nunca ocultó su fascinación por el lenguaje de Paul Celan, autor enfrentado a obstáculos invencibles que lo destinaban al silencio. Escribir era no darse por vencido.
En su avance sobre lo imposible obtuvo una deslumbrante cosecha de descubrimientos que han sido decisivos para la poesía de la segunda mitad del siglo XX, y no sólo en Europa. Sin embargo, Zanzotto halla dichos descubrimientos
exclusivos, impenetrables, luminarias inalcanzables e inimitables(
Per Paul Celan, en Aure e disincanti del Novecento letterario, Mondadori, 1994).
Para Celan, escribe el veneciano,
la eternidad había desaparecido. Podemos inferir que, entre otras cosas, eso le impidió asumir como suyo el destino presuntamente sagrado de Israel. Y por motivos opuestos tampoco toleró jamás la cercanía con la cruel Alemania, en cuyo idioma eligió quedar confinado y contra el cual sostuvo una desigual guerra de venganza. Pierre Joris describe ingeniosamente la
estrategia militarde Celan contra Alemania; se la pasó rodeándola desde su natal Bukovina y Bucarest, en Rumania, luego Ucrania, Tours (Francia), fugazmente Viena y, al fin, París, teniendo sus referentes de amistad e identidad en Suecia y Rusia.
Salvo una corta estancia (1947-1949) en la misma Viena en ruinas que retrata, con Orson Wells, la película El tercer hombre (Carol Reed, 1949; historia y guión de Graham Greene), Celan nunca vivió en un país donde se hablara la lengua en que se expresó como poeta. Posteriormente, sus visitas a Alemania occidental fueron rápidas, como incursiones militares, diría Joris (ver Polisemia sin máscara, introducción a Paul Celan Selections, Universidad de California, 2005).
La fragilidad extrema de Celan, que acabaría por destruirlo, nunca interrumpió esa sucesión de batallas. ¿De dónde sacaba valor? De su extraordinaria fortaleza de lenguas.
A lo largo de su vida tradujo a 43 poetas de ocho lenguas distintas. En algunas, como ruso, rumano y francés, lo hacía de ida o de vuelta. El conjunto representa casi tantas páginas como su propia obra. Cercano a Char y Michaux, no dejó pasar a ninguno de los mayores autores franceses (de Nerval, Baudelaire y Mallarmé a Cesaire, Desnos, Breton, Eluard y Du Buchet). Algunos de sus trabajos son considerados heroicos y ejemplares, como sus versiones alemanas al Barco ebrio, de Rimbaud, y La joven Parca, de Valéry (
intraducible, según Rilke).
hermano. También resulta interesante que en su juventud, bajo la guerra europea, llevara del alemán al rumano relatos de Franz Kafka.
Para él, la humanidad había dejado de existir, determina Zanzotto lapidariamente.
La historia se le aparece como el desarrollo de una feroz e insaciable negación.
Celan era consciente de lo
intraduciblede su lírica, que, como apunta Joris, puede llegar a ser oscura,
pero nunca incomprensible. Pese a sí mismo, fue comprendido, y lo será cada vez más en este futuro que él dio por perdido.
En alguna ocasión dijo a su amigo y traductor Edmond Jabés acerca de unas versiones de éste al francés:
Sería difícil hacerlo mejor(algo así como: no está mal, para algo condenado al fracaso). Jabés menciona el
desafíode Celan contra su
verdugoal abrazar la lengua alemana como su propia casa.
Hay algo paradójico en ser de pronto extranjero al mundo y volcarte completamente en el idioma de un país que te rechaza, y llegar al grado de reclamar ese idioma como tu propiedad personal.
Como admite Joris,
apenas estamos aprendiendo a entenderlo. En una carta no enviada a su amigo y colega René Char, en 1962, Celan escribe: “A la parte de tu trabajo que no se abrió, o no todavía, a mi comprensión, yo respondo con respeto y paciencia: uno no puede pretender que entiende por completo. Sería una falta de respeto de cara a lo Desconocido que habita –o se viene a instalar– en el poeta; sería olvidar que la poesía es algo que uno respira; la poesía te respira”.
Su oposición radical al mundo en que vivió, a sus fronteras impuestas, lo llevó a instalarse como último refugio en la casa de la poesía. Sus pocos textos acabados de prosa (como El meridiano, de 1960) son discursos para recibir premios a su obra poética: concesiones al pensamiento prosaico de la explicación, algo que por lo visto no fue lo suyo. Eso terminó por alienarlo de todos y no le permitió cumplir 50 años.
Nunca narrador o cantor de la Shoa, como lo han sido tantos autores judíos del periodo, sólo demostró que, más allá de lo que significaron Auschwitz e Hiroshima, la poesía es posible, aunque fue incapaz de sobrevivir a lo que perdió allí.
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