Javier Flores
Felipe Calderón ha decidido convertir a México en apéndice de Estados Unidos. En su primer viaje a Europa, ha reafirmado lo que ya era parte de la política exterior de su antecesor, el presidente Vicente Fox: enfrentarse a los países de América Latina, a costa de lo que sea, y defender los intereses de nuestros vecinos del norte. Qué falta de imaginación, por no decir de identidad, o de habilidad política. Es un modelo muy simple que no requiere de una sola neurona, sólo obediencia. Y ni siquiera los beneficios de esta actitud servicial están claros.
El muro que decidió levantar el gobierno de George W. Bush en la frontera ha sido incorporado orgánicamente por el grupo gobernante. Se han convertido (los gobernantes), en una barrera para impedir no sólo el paso de los migrantes, o de la "amenaza terrorista", sino, además, para contener las aspiraciones de autonomía de las naciones sudamericanas. Qué triste papel desempeñamos en nuestro continente. Qué vergüenza.
Calderón fue a defender en Davos, Suiza, el acuerdo de libre comercio de América Latina, cuando ya ni el representante de la OEA cree en su viabilidad. Se lanzó contra las expropiaciones que ocurren en América Latina, cuando históricamente la viabilidad económica de nuestro país ha descansado en la nacionalización del petróleo y de la electricidad. Juega al esquirol, invitando a las empresas que han sido expropiadas en Sudamérica, a invertir en México, donde "todo es seguro y basado en las leyes"... como en Oaxaca.
Hay una primera pregunta: ¿por qué Felipe Calderón hace esto? La respuesta es sencilla: como tiene problemas en el tema de la legitimidad, no le parece suficiente arroparse con las fuerzas armadas de nuestro país, sino que se cobija en la mayor potencia militar del planeta, con la que coincide ideológicamente, al menos mientras gobierne Bush.
Pero hay otra pregunta, quizá más importante, por menos obvia: ¿cuál es el costo de esta asociación para nuestro país? En mi opinión es tremendo, pues implica diseñar las políticas públicas al gusto del gobierno de Estados Unidos. Esto podemos verlo ya en los campos de la salud, la educación, la ciencia y la cultura.
Nos vamos convirtiendo cada vez más, y de manera cínica, en un país bananero, en el que la Secretaría de Salud promueve la abstinencia y niega los más elementales derechos sexuales y reproductivos a la población. En el que se recortan los presupuestos a las universidades públicas y a los centros de investigación científica y tecnológica, y se desprecian todas las manifestaciones del arte en un país con una cultura sorprendente y milenaria. Para qué necesitamos todo esto, si ya se decidió que seamos un verdadero patio trasero, una vulgar colonia... Somos el vigilante que levanta la "pluma" para que pasen, o no, los coches.
Pero, ¿qué pasa con las naciones latinoamericanas de las que nos hemos distanciado y con las que hemos peleado desde el arribo de los gobiernos panistas? Están planteando un modelo propio e independiente. Yo no voy a defender aquí a Hugo Chávez o a Fidel Castro, ni me importa. Simplemente quiero contrastar lo que está haciendo México en un punto muy particular: la ciencia y la tecnología. Lo que pasa hoy en nuestro país es sorprendente en sentido negativo, y sin duda, formará parte de la memoria histórica latinoamericana.
México fue una nación líder que atrajo en distintos momentos a los mayores científicos iberoamericanos; mantuvo instituciones sólidas, que pudieron sostenerse, a pesar de las continuas crisis económicas, entre ellas las universidades públicas. Se crearon además organismos como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Sistema Nacional de Investigadores, que luego fueron adoptados por otras naciones de nuestro continente. México era el ejemplo a seguir.
Pero hoy todo ha cambiado. El gobierno de Vicente Fox redujo los recursos a la ciencia. Y lo que parecía imposible ocurrió: Calderón, en su primer año de gobierno, los abatió todavía más. Es claro, el panismo detesta el conocimiento científico, prefiere el dogmatismo eclesiástico. Pero mientras aquí se apuesta por la ignorancia, el atraso y la dependencia, América Latina avanza.
Sólo unos números para ilustrar lo anterior: Cuba destinó 1.3 por ciento de su producto interno bruto a investigación y desarrollo en 2006, Brasil uno por ciento, Venezuela 0.8, Chile 0.7. Siguiendo un camino diferente, México lo bajó este año a 0.35 por ciento.
El modelo que ha decidido Felipe Calderón (no los mexicanos), ser sirvientes de Estados Unidos, nos aleja cada vez más de la autonomía y de la colaboración científico-técnica con Latinoamérica.
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