Janie Simmons*
El VIH/sida afecta desproporcionadamente a las mujeres pobres de todo el mundo. Irónicamente, su identificación en 1981 en hombres y mujeres de Estados Unidos no lo excluyó de ser entendido en un inicio como una “enfermedad gay”. Como resultado, las mujeres pobres morían en muchas partes del mundo mucho antes de que sus muertes fueran reconocidas oficialmente como causadas por el sida.
Entre 1987 y 1991, la transmisión heterosexual de la enfermedad se entendió mejor en Estados Unidos, pero la definición de “caso de sida” siguió siendo específicamente masculina. En 1991, después de un activismo intensivo, la definición fue reescrita para identificar infecciones oportunistas comunes en las mujeres. Como resultado, la tasa de casos de sida en mujeres de Estados Unidos se triplicó.
La invisibilidad de las mujeres fue pronto reemplazada, sin embargo, por construcciones culturales que presumían que algunas de ellas (por ejemplo, trabajadoras sexuales) eran una mayor fuente de infección junto con otros grupos (como hombres gay, usuarios de drogas inyectables o haitianos). Tal clasificación de “grupos de riesgo” sirvió para estigmatizar a grupos ya marginalizados en lugar de orientar los programas de salud pública.
Las construcciones culturales que estigmatizaron a las personas con sida ocultaron el papel que juegan fuerzas estructurales mayores, globales y locales, en generar riesgo. Estas fuerzas incluyen pobreza, racismo, inequidad de género y violencia. En África Subsahariana, la región con el producto interno bruto más bajo del mundo, 58 por ciento de las infecciones se registraron en mujeres (de acuerdo con ONUSIDA y la Organización Mundial de la Salud, en el año 2002).
Factores estructurales también influyen en las tasas de infección en las naciones más ricas. En Estados Unidos, por ejemplo, la mayoría de mujeres con VIH/sida son pobres. Las mujeres afroamericanas de este país eran el 58 por ciento de todas las diagnosticadas con VIH en 1991, a pesar de que son sólo el 17 por ciento de las mujeres estadunidenses. Las latinas también presentan altas tasas de infección que continúan creciendo: conforman 19 por ciento de los casos de sida acumulados, pero 23 por ciento de los casos reportados en el año 2000.
Claramente, las mujeres pobres de todo el mundo no comparten una historia cultural particular, una raza o una etnicidad; comparten la pobreza y su inequidad respecto a los hombres.
La pobreza y la inequidad de género generan riesgo al limitar el acceso al cuidado de la salud, posibilitar la violencia doméstica y la violencia a gran escala contra las mujeres en tiempos de guerra (por ejemplo, violación masiva, como en Ruanda durante el genocidio). Asimismo, reducen el poder de acción de las mujeres en las relaciones sexuales.
La pobreza y la inequidad de género generan riesgo al limitar el acceso al cuidado de la salud, posibilitar la violencia doméstica y la violencia a gran escala contra las mujeres en tiempos de guerra (por ejemplo, violación masiva, como en Ruanda durante el genocidio). Asimismo, reducen el poder de acción de las mujeres en las relaciones sexuales.
La pobreza de ellas y su estatus comparado con el de los hombres incrementa su vulnerabilidad al VIH al hacerlas más propensas a intercambiar sexo por dinero, techo o drogas; a ser forzadas a uniones sexuales, incluyendo uniones con hombres mayores (que es más probable que estén infectados) y a ser menos hábiles para negociar el sexo seguro o para dejar relaciones donde perciben que están en riesgo. La carencia de tecnologías preventivas (como los microbicidas) para el sexo femenino también limitan su capacidad de acción en los encuentros sexuales.
Prevenir la diseminación del sida requiere prevenir su diseminación en las mujeres. Es urgente el desarrollo de tecnologías de prevención que puedan ser controladas por mujeres, como los microbicidas. Dado que la pobreza y la inequidad de género son importantes factores en la pandemia del sida, prevenirlo también requiere reconocer y redireccionar las fuerzas globales
y locales que determinan las inequidades sociales y económicas.
y locales que determinan las inequidades sociales y económicas.
En lugar de aceptar el VIH/sida como la suerte de las mujeres o la suerte de los pobres, la comunidad global debe demandar que las condiciones de vida de todas las mujeres sean mejoradas a través de efectivas estrategias médicas, sociales, económicas, políticas y legales que logren un cambio.
* Traducción y edición del artículo “Aids, Women, and Poverty”, publicado en Encyclopedia of Applied Developmental Science. SAGE Publications, 2004
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