Tuesday, May 13, 2008

Cuento infantil para un adulto olvidadizo

Pensamiento a fondo

Patricia Gutiérrez-Otero/ Siempre !


A René Zuñiga

Érase una vez un niño que soñaba con ser estrella, con ser sol. Cada día se asomaba al espejo esperando verse ra­diante: sólo veía su rostro de niño —no sabía en ese entonces que los rostros de niño son estrellas en noches obscuras. Un domingo, su madre, como lo hacían cada domingo todas las madres de antaño, lo arrastró a misa. El niño jugaba con las bancas y los reclinatorios, cuando con su oreja izquierda escuchó: “Su rostro resplandecía como el sol”... Su corazón dio un vuelco. Prestó atención. El padrecito, entonces, explicó lo que había leído. Dijo que a Moisés, un señor de quién sabe qué tiempo, le fulguraba el rostro después de entrar en una nube y debía cubrirlo con un velo para que los demás no lo vieran. “¿Por qué le brillaba el rostro?” —exclamó el niño en voz alta. La gente, escandalizada por tamaña falta de respeto, esperó un regaño del joven sacerdote; éste volteó hacia el niño, y le dijo: las estrellas reflejan la luz del sol, no tienen luz propia; Moisés en la nube se encontraba con una luz aún más grande, la luz que hizo al sol, la luna y las estrellas”; luego, bajando del altar se dirigió a él, le puso las manos sobre los ojos y murmuró: “Mira adentro de ti y busca la luz que hizo al sol”. Cuando René abrió los ojos, su rostro resplandecía aún más que la más brillante estrella.

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