Rodrigo Moya
Los protagonistas se cansaron de ser apóstoles, pero no de ser luchadores sociales
Imposible en esta crónica, más memoriosa que periodística, recordar fechas y nombres exactos, los que en otras páginas de esta edición están precisados por mejores colegas y por quienes vivieron aquellos años de rebelión, cárceles, transas y traiciones desde un bando u otro, o a brincos entre ambos… Lo que me resulta emocionante pasados 50 años, es revisar las imágenes que tomé como fotógrafo de la revista Impacto. Como cualquier publicación de aquella época, esa revista en que ejercí el oficio de reportero gráfico –aunque todavía no nos llamaban así–, participaba en la tómbola de premios, dádivas, privilegios, exenciones y torrentosa publicidad política a tanto la página. Por tanto, no se publicaba nada que pusiera en riesgo aquel maná caído del cielo priísta y, como decía el mandamiento único del uso de la prensa en aquél entonces: se puede criticar a cualquiera, menos al señor Presidente, al Ejército Nacional, y a la virgencita de Guadalupe. Y dado que esta Santísima Trinidad estaba, como suele aún estar, en todas partes, y dado que los santos o mandos menores esparcían a manos llenas las dádivas ya mencionadas, el margen para la denuncia, la protesta y el análisis periodístico quedaba en chistes sesgados y complicadas lecturas entre líneas.
El momento de Impacto
Si Impacto publicó algo sobre la revuelta de los maestros, fue por varias razones que la evolución de la lucha magisterial y la presión del gobierno fueron borrando de sus páginas. En primer lugar, la astucia y el colmillo periodístico de su mítico director, Regino Hernández Llergo, que estiraba la noticia o la crítica hasta donde la cuerda estuviera a punto de romperse. En segundo, porque en el seno del Estado mexicano se manifestaban las primeras tensiones entre la inercia histórica del cardenismo y la naciente derecha política, ya desde entonces incrustada en el PRI, que a cualquier costo estaba dispuesta a impedir que México diera un paso fuera de la alianza con Estados Unidos dentro del fragor de la guerra fría; y en tercero y tal vez último lugar, la presencia del joven periodista Alberto Domingo, fallecido el año pasado, quien iniciaba en Impacto una carrera periodística que al principio se distinguió por su apego a las causas democráticas, y que continuaría después por varias décadas en la revista Siempre como secretario de redacción. La esposa de Alberto era una activa maestra militante en la lucha de los maestros y, por la simpatía que don Regino le profesaba a Goyo, –como todos le decíamos a Domingo–, fue que en los primeros pasos de la lucha magisterial, allá por 1956, Impacto desplegó algunos aspectos de las luchas magisteriales por la democracia sindical.
El destino de aquellos negativos
A mis veintidós años, fogueándome simultáneamente en la percepción social y en aquél emocionante y mal pagado oficio de fotógrafo de prensa, mi amistad con Alberto Domingo me abrió las puertas para acompañar a los maestros en sus luchas, lo mismo que a los estudiantes en sus primeras reivindicaciones históricas de dos años después, en 1958. El historiador Alberto del Castillo Troncoso, del Instituto Mora, ha seguido desde hace años las huellas de los movimientos estudiantiles a través de un minucioso análisis de todos los periódicos de la época; con la peculiaridad de que Del Castillo ha orientado su investigación hacia los contenidos gráficos que subrayaban, ocultaban o deformaban los hechos que culminarían en Tlaltelolco en 1968. Y entre su voluminosa información sobre la fotografía de aquellos años, Del Castillo rastreó reportajes ampliamente desplegados por Regino Hernández Llergo, al estilo de Life y Paris Match, donde Alberto Domingo y yo hacíamos pareja entusiasta y abnegada para cubrir aquellos hechos, que el resto de la prensa ignoraba.
Esas imágenes estaban perdidas en mi memoria. No así las de los hechos de 1958, cuyos negativos, a cincuenta años de procesados, se mantienen en perfecto estado y me han permitido imprimir, con la técnica clásica, algunas de las imágenes que vemos ahora en La Jornada. En la medida que la inconformidad de los maestros de primaria evolucionó políticamente y se convirtió en el Movimiento Revolucionario del Magisterio, MRM, Impacto tomó su asiento en el coro de la lucha antidemocrática, y bien pronto los artículos de Alberto Domingo, así como mis imágenes, desaparecieron de sus páginas. Pero en esos años de luchas, marchas, plantones, y al final gases lacrimógenos, macanas y la utilización del absurdo delito de “disolución social” para encarcelar a los mejores dirigentes, fui aprendiendo qué materiales entregar a la dirección del periódico, y cuáles ir amontonando en un caótico archivo personal que hasta hace pocos años empecé a rescatar.
¡Prensa vendida, prensa vendida, prensa…!
Uno de los momentos culminantes de la lucha del MRM fue la toma del edificio de la Secretaría de Educación Pública, el 30 de abril de 1958. Los maestros se posesionaron del recinto hasta principios de junio, cuando al fin el gobierno negoció y reconoció una directiva que después sería depuesta y perseguida. La consigna de ¡prensa vendida! había cundido y se aplicaba con rigor extremo hacia los fotógrafos, que eran rechazados en asambleas internas y aun en las manifestaciones. Pronto los propios fotógrafos aprendieron que no tenía caso seguir en detalle un mitin o una manifestación si por una parte eran abucheados y por la otra en sus respectivos periódicos no les publicaban gran cosa, o cuando lo hacían era con pies de foto que desvirtuaban groseramente las imágenes y los hechos. De allí que a lo largo de una manifestación de miles de maestros, petroleros, ferrocarrileros o telegrafistas, los fotógrafos aparecían al principio de la marcha, y desaparecían con la luz o inmediatamente luego de tomar la foto de rigor. De allí también que cuando la represión empezó a funcionar, en 1958, los fotógrafos de prensa operaran siempre del lado de los represores, a sabiendas de que algo se publicaría siempre y cuando hubiera sangre, llamas o macanazos, pero siempre con los textos adecuados para llamar comunistas a los golpeados y guardianes del orden a los granaderos. Gracias a aquellos artículos de Alberto Domingo, fui el único fotógrafo al que los maestros que tomaron la SEP le permitieron el paso. En la entrada del edificio neoclásico de la calle de Argentina los profesores de primaria cuidaban que la prensa no tuviera acceso a las guardias y a la asamblea permanente que dirigió Otón Salazar, Encarnación Pérez y otros destacados líderes que terminarían después con sus huesos en la cárcel.
Los viejos y resistentes negativos
Como Impacto se imprimía en rotograbado, la base para formar las páginas en las mesas de luz –qué hermosos tiempos artesanales de aquellas carrozas periodísticas y fotográficas– eran los negativos ampliados a positivo transparente en el tamaño necesario. Entonces se entregaban a la dirección copias en papel fotográfico y los negativos en 35m o 6x6 cm. El que quería, recuperaba sus negativos. Si no, se iban al archivo de la revista. Otros eran negociados por la propia dirección o los publicistas “de la fuente”. Otros se tiraban. Los fotógrafos en Impacto y otras revistas no tenían conciencia del valor de los negativos. Los dejaban en manos de cualquier archivista. Pero cuando don Regino empezó a escamotearme la recuperación de negativos que hablaban de represión, manifestaciones, arengas, elecciones y disturbios que ya no merecían espacio alguno en la revista, empecé a valorar sus contenidos históricos, y a conservarlos. Hoy, cincuenta años después, mi homenaje personal a aquellos luchadores ya desaparecidos o acallados es entregar a La Jornada aquellas imágenes que en su tiempo no tuvieron cabida porque no agradaban a la Santísima Trinidad.
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