Adriana Cortés
entrevista con Mónica Lavín
¿Quién puede saber lo que hay detrás de un gesto, una mirada, una espera? En Hotel Limbo (Alfaguara, 2008), de Mónica Lavín, un hotel es el escenario propicio para convocar historias donde la mirada reinventa los cuerpos a la vez que suscita el deseo, hilo conductor de la narración.
– ¿El pintor que reinventa a su modelo, que la desea y la apresa en el cuadro, ¿es uno de los temas de Hotel Limbo?
– Ese tema del pintor y su modelo es un tema que me gustaba. Es algo que siempre me ha intrigado y fascinado: la relación del pintor con lo pintado. Creo que hay desnudos tiernos, otros provocadores. Para la novela escogí cuadros que me habían gustado. En la novela uno también se quiere acercar a las cosas, apresarlas. Quería mostrar el misterio de ciertos cuadros o la intensidad de una relación y cómo es captada a través de un trozo de cuerpo; era mi oportunidad de husmear detrás de los cuadros.
– ¿Abordas también el tema de la transgresión en esta novela, como en Cambio de vías?
– No es algo que me proponga. De repente estaba pensando en agrupar cuentos bajo el tema de la transgresión porque creo que hay una constante: estas transgresiones de lo normal o del código. Aquí hay una transgresión en la actitud de Sara, que quiere encontrarse con el amante joven: ese ya es un espíritu transgresor.
– ¿El deseo de Sara hacia un hombre más joven, tema poco abordado en la literatura femenina mexicana, es un acto transgresor?
– Además creo que es transgresor porque incluso se considera incestuoso. En Hotel Limbo, Sara dice: “¡Pero tiene la edad de mi hijo!” Lo que a mí me gusta de Sara es que no tiene culpa, hace una reflexión: sabe que está saliéndose de la norma, incluso porque él es casado y el chavo no debería ser el casado sino ella, quien está divorciada. Él está casado clandestinamente con otra: hay algo de los roles dispuestos de otra manera que a ella le parece curioso y además pone otra serie de obstáculos. Su esposa es más joven que Sara y compite con su vanidad, porque en este deseo también hay una gran dosis de vanidad de la cual ella está consciente: sí, quiere saberse deseada por ese joven. Quizás ella no se hubiese fijado en él si no siente que él se fija en ella. El deseo del otro es un espejo de uno mismo, y en este caso el que otro la desee siendo joven es un espejo muy poderoso para Sara.
– ¿Cómo es Sara?
– Es una solitaria, un personaje descobijado. Se desnuda de todo para ir al encuentro del deseo, y esa desnudez la hace fuerte y frágil a la vez, pero ella exhibe las dos partes. No es una guerrera; yo creo que todo transgresor tiene que ser un tanto guerrero. Me gusta esto que preguntas sobre si es transgresora; Madame Bovary ¿es transgresora? ¿Será una mujer de nuestra época, como lo que hace a Sara transgresora? Sara toma el destino en sus manos, lo malo es que no depende sólo de ella. Darío es un hombre medio desarmado, se le fueron sus afectos y no entiende por qué. Ciertos lectores hombres se han sorprendido ante el hecho de que Sara sienta el deseo por un hombre más joven que ella. El cliché es que la mujer se enamora pero también desea, y yo pensé ¡que todos lo sabíamos!, tenemos todavía una serie de clichés y el deseo aún está mal visto.
– El deseo no se consuma, es una suerte de espejismo en la novela...
– Fíjate que eso pasa en un cuento que a mí me gusta mucho y creo que quizás esas son las mejores historias: la capacidad de la mente de engrandecer, de transformarse alrededor de la ilusión de un hecho que es todavía ficción, pero que tiene el poder de ser; es un cuento de Chéjov que se llama “El beso”, que a mí me gusta muchísimo, donde un personaje de un regimiento llega al pueblo, y él es muy tímido, nunca ha tenido una novia porque no se considera merecedor del amor. Una mujer sale a su encuentro y le da un beso, pero ella se da cuenta de que no era la persona correcta; entonces se fuga, pero ese beso equivocado basta para que él regrese al salón y contemple a todas las mujeres pensando quién sería, y a sentirse elegido por una de ellas y a esperar a que pase el año siguiente como en un estado de levitación como es el enamoramiento. Mira ya todo distinto porque ha sido elegido por ella, por otra. Empieza la invención del enamoramiento: nunca se consuma. De repente le dicen que hay una fiesta, él tiene la oportunidad de jugar esa fantasía que ha inventado y decide quedarse en la cama. Es un cuento sensacional.
– ¿No está presente el tema del limbo también en este cuento de Chéjov, esencial también en Hotel Limbo?
– Está detenida incluso la escena pintada. Yo quería que mientras leyeras esta novela tú estuvieras viendo siempre un cuadro, y el cuadro no es el que pinta Darío, sino el cuadro es el pintor pintando a la mujer desnuda; por lo menos eso es lo que tenía en la cabeza mientras escribía: este es mi cuadro, estoy fisgoneando una escena de intimidad, y ese cuadro es un limbo, es un tiempo detenido, y Sara está en el limbo, esperando que pase algo, que suceda algo, y el limbo también es un estado de abandono de la razón: es uno de esos momentos prodigiosos en que la razón no tiene el papel principal. Por otro lado me interesaba este acto de voyeurismo; me parece que escribir tiene que ver con eso y qué más invasión podría ser que estar allí metidos mientras ese hombre pinta a la mujer desnuda, el permiso de robarles los pensamientos, los deseos y las frustraciones. Yo quería jugar con la inmovilidad, lo quieto y lo callado.
– La primera página de Hotel Limbo me recuerda al inicio de Lady Oracle, de Margaret Atwood, ¿reconoces alguna influencia consciente de ella?
– Me gusta mucho pero no he leído Lady Oracle ¡Me encanta que me digas! Los hoteles son temas fascinantes de la literatura porque siempre se está de paso por un hotel, se está en el limbo y allí suceden historias no planeadas. Esto me recuerda un cuento que tengo que se llama “Los jueves”, donde los amantes se ven todos los jueves de 5 a 6 en un hotel de paso. La historia la cuenta la mucama que está fascinada de que vuelven siempre, porque tiene entonces un halo de ritual, de permanente dentro de la fugacidad, entonces ella se atreve a dejarles una flor y después de ese día no vuelven, porque allí la idea es que contravino el espíritu de un hotel de paso, donde no quieres saberte observado y ella era un testigo. No hay que contravenir la naturaleza de los espacios que tienen su naturalidad y su esencia. Sara, por más que la tierra tiemble, se resiste a irse del espacio que tiende a convocar la historia: tiene ese empeño de hacer ficción. Yo creo que es un poco lo que hacemos quienes escribimos: convocamos historias en un espacio.
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