Miguel Concha
Con sensibilidad samaritana hacia la creciente vulnerabilidad que padecen, así califican las religiosas y religiosos dominicos a las personas que por razones de sobrevivencia y la de sus familias tienen que emigrar hacia el norte, en una declaración emitida al final de un seminario continental que tuvo lugar en la Casa del Migrante de la diócesis de Ciudad Juárez a comienzos de este mes.
E iluminados por la reflexión cristiana del P. Pedro Pantoja, director de Belén, Posada del Migrante en la diócesis de Saltillo, y asesor de las organizaciones Frontera con Justicia y Humanidad sin Fronteras, denuncian como un reto a la conciencia las absurdas paradojas a las que, como efecto de la globalización neoliberal y la recesión económica en Estados Unidos y Europa, con relación a ellos hemos llegado: 1) por no tener nada, lo abandonan todo; 2) para darle vida y futuro a su familia, tienen que dejarla; 3) emprenden camino en busca de la vida, pero pueden encontrar la muerte; 4) para existir, tienen que pasar por invisibles en los lugares de tránsito y destino; 5) se les induce a caminos de alto riesgo, pero nadie se hace cargo de su muerte; 6) se lamenta su muerte, pero no se hace nada sustantivo para evitarla; 7) aunque viajan en grupos, van solas y solos; 8) se les condena a la clandestinidad, y se les reprocha que viajen como ilegales; 9) son personas que requieren más de la protección del Estado, y quienes menos la reciben; 10) se les niega la visa, y se les reclama y encarcela porque viajan sin ella; 11) aspiran a una vida mejor, y se les condena a buscarla transitando por pantanos, desiertos y montañas; 12) son quienes levantan las cosechas, pero se les niega el alimento; 13) se les ofende, y se les dice que su presencia es la que ofende; 14) se les acusa de violentas y violentos, y son personas violentadas en su cuerpo, su familia, su deseo de vida y sus derechos; 15) se les llama héroes, y se les trata como criminales; 16) se les fuerza a migrar, y les llaman desarraigados; 17) se les recibe como trabajadores, pero se les niega el ingreso y la estadía como personas; 18) se les pide la vida para la vida de otros, pero se les niega para sí y sus familias.
E inspirados en el sermón de fray Antón de Montesinos, que en el cuarto domingo de adviento de 1511 cuestionaba a los encomenderos y autoridades de la isla Española con qué derecho mantenían “en tan cruel y horrible servidumbre” a los indios, las dominicas y dominicos preguntan ahora con qué derecho las personas migrantes por causa del sistema son víctimas de la exclusión, con qué derecho las convertimos en chivos expiatorios del beneficio de los demás, con qué derecho se les priva de la vida, cuando son la vida misma.
Para estas religiosas y religiosos, en efecto, hoy en día se observan cambios importantes en el patrón migratorio, que tienen sobre todo efectos en el presente y el futuro de los países de origen. Hoy las migraciones son de toda la familia, así sea de manera escalonada, y tienden a ser definitivas. Lo que provoca problemas de despoblamiento, que comprometen cualquier idea de desarrollo interno en el futuro.
Como lo vemos con dolor todos los días, estas alteraciones también afectan a los migrantes, en especial a las mujeres, a las niñas y a los niños, en los países de tránsito, particularmente cuando en ellos privan, por motivaciones propias o por encargo, políticas contrarias a la movilidad humana: auge de redes de traficantes y trata de personas, corrupción, impunidad, inexistencia del debido proceso, aliento a la discriminación, abuso sexual de mujeres, adolescentes, niñas y niños, contubernio de agentes corruptos y delincuentes comunes, desplazamientos forzados internos, engarce de redes de traficantes de drogas y personas. A lo que podría añadirse, como ha sido denunciado en estos mismos días, el comercio de infantes, para el tráfico de órganos.
En su declaración las dominicas y dominicos salen al paso de la errónea y hasta cruel pretensión de algunos gobiernos y organizaciones internacionales de crédito y financiamiento, de considerar a la migración como una de las “palancas del desarrollo”, pues aunque los migrantes, sobre todo sus colectivos, están todavía en posibilidades de ayudar a sus familias y a sus países con inversiones productivas y sociales, sus remesas son por naturaleza recursos privados, salarios trasnacionales que se destinan a la reproducción de la fuerza de trabajo familiar, de la misma forma en que lo hacen los salarios generados al interior de sus propios países. Ello además de que no les toca asumir la responsabilidad del desarrollo, nada más eso faltaba, que compete a los estados de origen y destino en los que se encuentran.
Por ello las dominicas y dominicos urgen en su declaración un cambio de modelo en América Latina y el Caribe, así como de políticas públicas, que conciban a la migración como una alternativa más de vida y no como un recurso extremo de sobrevivencia. Fieles a su tradición sobre los problemas de la justicia y la paz, se comprometen a abandonar un sentimiento meramente compasivo y asistencialista en su solidaridad con los migrantes, para realizar un trabajo crítico, movilizador y esperanzador.
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