JAVIER SICILIA
Ciertos autores tienden a imponerse por la visión del mundo que elaboran a lo largo de sus libros. Su construcción va horadando la opacidad de la vida para mostrarnos sus claroscuros y su maravillosa densidad. Otros, sólo logran una obra en la que, después de cientos de intentos, condensan su obsesión. No la lenta maduración que sigue su curso como el paso de un río, sino el repentino fulgor que, como el relámpago, irrumpe para revelarnos un mundo en el caos de la noche.
Malcom Lowry pertenece a estos últimos. Entre las miles de páginas de obras inconclusas, sólo una, de las dos que publicó en vida, logró condensar el infierno que siempre lo habitó: el alcoholismo.
Esa obra, que sucede en la Cuernavaca de los años treinta, ha convocado a otro autor de novelas, Francisco Rebolledo, a escribir su biografía, no bajo el volcán –el Popocatepetl que Lowry contemplaba desde el centro de Cuernavaca– sino desde la barranca que en la simbología de Lowry era el infierno, la barranca de Amanalco, el sitio al que finalmente, como su personaje Geoffrey Firmin, descendió. De ahí su título, Desde la barranca, Malcom Lowry en México (FCE, 2004).
Para no rivalizar con las dos grandes biografías sobre el autor inglés, la de Douglas Day y la de Gordon Bowker, casi insuperables, Rebolledo, siguiendo al Octavio Paz que, al referirse a Pessoa, decía que la obra de un poeta es su biografía, parte de la novela fundamental de Lowry para narrarnos su vida. Bajo el volcán le permite, así, seguir no sólo las huellas de Lowry, sino iluminar al autor a través de ella y viceversa. En este sentido, la biografía de Rebolledo tiene una triple virtud: es la vida de Lowry, pero sobre todo un estudio de Bajo el volcán y de los vínculos que las obras del autor inglés guardan en relación con el mundo de su gran novela y su vida interior. Es también un estudio de los vínculos que tuvo Cuernavaca con la experiencia simbólica de Lowry, como si esa Cuernavaca de los años treinta, que Rebolledo describe en un puñado de páginas sólo comparables con la magnífica descripción que en su novela Rasero hace del París del siglo XVIII, hubiese funcionado en la percepción de Lowry como una especie de pantalla de su universo interno.
Si Lowry, según Rebolledo, pudo concluir su única verdadera obra es porque en su vida confluyeron dos realidades fundamentales: primero, esa Cuernavaca cuya densidad lo puso de cara al paraíso y al infierno de su existencia. Después a que, por fin, en esa obra pudo desapegarse de su egocentrismo y crear un verdadero personaje de ficción. Escrita esa novela, Lowry no volvió a terminar otra. Preso de su único personaje de ficción, jamás alcanzaría el paraíso que había imaginado como la conclusión de una especie de Divina Comedia alcohólica que reuniría bajo el título de El viaje que nunca termina, y de la cual Bajo el volcán es el infierno. Si logró hacer tres versiones del purgatorio –Lunar Caustic, que al final dejó inconclusa– su paraíso, En el lastre hacia el Mar Blanco, se perdió en el incendio de su cabaña en Canadá. Al final de las únicas catorce páginas que logró rescatar podía leerse, como una premonición simbólica de que nunca saldría del infierno, la palabra "fuego".
Según Rebolledo, esta realidad: Cuernavaca, el encuentro con un verdadero personaje de ficción que funcionó como un alter ego y la destrucción de su cabaña, el único verdadero hogar que Lowry tuvo en su edad adulta y en el que pasó los mejores años de su vida, hicieron que lentamente se transformara en su criatura literaria hasta morir como ella.
Frente a esta biografía uno no puede dejar de seguir con asombro el horrendo misterio que lo trabajaba y de preguntarse ¿por qué un hombre tan religioso, que buscaba desesperadamente su redención, terminó por permanecer en la barranca del infierno del alcohol que describió como nadie?, para al final responder que fue la culpa, una culpa que, hija de su egocentrismo, nunca pudo descubrir el perdón incondicional de la Virgen de los Desamparados, como llamó a la Virgen de la Soledad de Oaxaca, de la cual fue muy devoto. Esa Virgen, y su infinito perdón, siempre estuvieron a su lado en la presencia –fue quizá el único símbolo que nunca pudo leer– de su segunda mujer, Margerie Bonner.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.
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