Thursday, October 26, 2006

¿ MEXICO ES TRATADO COMO SOCIO POR LOS ESTADOS UNIDOS ?

ESTÁN EN TODAS PARTES

Para ellos todo es monte. Y como monte lo resuelven. A donde vayan enfrentan, dramáticamente, la "cuestión" de la supervivencia. Los indígenas mexicanos que migran a la frontera norte (Juárez, Tijuana) y Estados Unidos ya no pueden ser ignorados, no obstante que en ambos países "están excluidos: económica, social y políticamente", escriben Johathan Fox y Gaspar Rivera-Salgado. "En términos cívico-políticos, los indígenas son excluidos de la ciudadanía en los dos países".
Para hablar de eso, y documentar el fenómeno migratorio y sus consecuencias sociales, culturales y políticas, Fox y Rivera-Salgado reunieron a más de treinta investigadores, dirigentes y analistas mexicanos y estadunidenses, en un libro extraordinario: por homogéneo a pesar de tantos autores y enfoques; por revelador, serio, original y comprometido con las luchas de los trabajadores de los pueblos originarios: Indigenous Mexican Migrants in the United States ("Migrantes mexicanos indígenas en Estados Unidos"), Universidad de California, San Diego, 2004. 536 pp.
Los hallazgos, las demostraciones, los análisis, confirman que la movilidad migratoria de los pueblos no los ha debilitado, sino lo contrario. Las organizaciones laborales y políticas que conforman zapotecos, purépechas, mixtecos, nahuas, ñahñú, triquis, mixes, mayas y chamulas dejan impronta en la vida democrática de México y Estados Unidos. Constituyen, de hecho, una de las principales ramas del movimiento indígena contemporáneo de nuestro país.
Si bien la mayor parte de los capítulos del libro se concentran en la experiencia oaxaqueña, con su larga historia, su variedad y su sorprendentes resultados de binacionalidad, sobrevivencia cultural y fortalecimiento de la identidad y la autonomía política, Migrantes indígenas da un panorama generoso de la experiencia de guerrerenses, michoacanos, poblanos, yucatecos, veracruzanos, hidalguenses, chiapanecos y hasta chilangos, así como los mestizos de Zacatecas, Guanajuato y Jalisco (esa marea de trasterrados). Desde la negación legal, lingüística y política, e "invisibles" mientras trapean condominios, pintan paredes, pizcan algodón o cortan tomate, estos grupos sociales forman y transforman comunidades: construyen una sociedad civil. El trabajo agrícola en Oregon; la participción de las mujeres en las luchas en Oaxaca-Baja California-Estados Unidos; el caso paradigmático del Frente Indígena Oaxaqueño Binacional (fiob), en un ensayo de su dirigente, Rufino Domínguez Santos; la colonización de Los Angeles, Nueva York y Fresno por mixtecos y zapotecos; el caso de Cherán (Michoacán), trasplantado a la población de Cobden, en el suroeste profundo de Illinois, un pueblo de mexicanos en territorio estadunidense.
La influencia de esta reorganización indígena binacional en sus comunidades de origen traciende en la economía comunitaria, la representatividad legítima entre indígenas y los poderes regionales. Una estampa rápida: Federico Besserer, uno de los autores, ha encontrado a orillas de la carretera en San Juan Mixtepec, Oaxaca, vehículos con placas de 33 de estados de la Unión Americana.
En su persistencia, que tantas vidas costó, los triquis han mejorado sus condiciones de existencia y trabajo (contra todo y pese a todo) en el Valle de San Quintín, fuera de los infames "campamentos" neoporfiristas de la leva laboral bajacaliforniana. Los mixtecos han penetrado, en una década, todoel subsuelo neoyorquino, y junto con los chilangos y mexiquenses, constituyen el tercer grupo "latino" de Nueva York, sólo después de puertorriqueños y dominicanos.
Y todos aprenden, se organizan, avanzan. Se gobiernan por sí mismos, y desde ahí se insertan al mundo. Los autores salieron a rastrear indios dispersos y encontraron huellas frescas y muy profundas. De una manera no prevista en el célebre apotegma del Laberinto de la soledad (Octavio Paz, 1950), los indígenas mexicanos son hoy profundamente indígenas "y contemporáneos de todos los hombres" (y mujeres) del mundo. Están aquí. Están allá. Están en todas partes. Y son millones.
También en semanas recientes, otra universidad californiana, la de Stanford, publicó un libro, histórico en todos sentidos, que reúne un caudal de fotografías sobre los migrantes agrícolas en el sur de Estados Unidos. Desde mediados del siglo XIX, llega gente a California en busca de trabajo y arriesga todo por una vida. Primero los anglos, pero pronto los sustituyeron los indios que quedaban, los negros, y luego japoneses, mexicanos, chinos, guatemaltecos, salvadoreños, y más mexicanos. Trabajan viñedos, tomateras, naranjales y huertos de lechuga; cosen costales y apilan el trigo.
Ya en 1890 los mexicanos pizcan ciruela y la vuelcan en cajas mientras los chinos apilan uva para su prensado.
El fotógrafo Richard Steven Street se ha dedicado a documentar vida y avatares de generaciones de trabajadores peregrinos, a través de sus propias fotos y las de muchos otros que se interesaron por comprender las condiciones a que son sometidos los jornaleros del campo en el engranaje de un exilio que abarata su salario y coloca a los patrones en la prerrogativa de tratarlos sin miramientos. Photographing the Farmworkers in California, (Stanford University Press, Stanford, California, 2004), de donde procede la fotografía de Ojarasca en septiembre, colecta decenas de miradas al universo de campos y huertas, jornaleros en fila esperando el contrato, el permiso, la raya, los derechos, la familia ausente. Fotos que dan cuenta de las vejaciones sufridas por estos aguerridos "aliens", "ajenos", "extraños", a quienes hay que controlar, detener, domesticar para que acepten lo impensable, renuncien al futuro que los llevó a California y se resignen. Porque Dorothea Lange, Ansel Adams, Richard Avedon, los hermanos Mayo, Len Lahman, Oliver Reardon, Don Barttleti, Bob Fitch, Ken Light, Tina Modotti, Harvey Richards, Rich Turner, Eadweard Muybridge y otros muchos fotógrafos entreveran la vida cotidiana con los momentos álgidos de generaciones de braceros, trabajadores migratorios, o simples ilegales, "mojados", "pollos", "coyoteados". Esos que hacia 1970 se levantaron en fuertes y legendarios sindicatos como la United Farm Workers Union, para defender y expandir sus reivindicaciones laborales, migratorias o meramente vitales. Desfilan trenes atestados de braceros, las barracas, los comedores, las huelgas, los campos de labor, la sordidez de las noches de reventón en pueblos que estallan de mujeres provocativas y antros de música y licor. Los vemos brincarse la barda en el sentido más ríspido. Sus enfrentamientos con la migra, la policía, los supremacistas blancos. Los asesinatos de niños, jóvenes y viejos a manos de los vigilantes; el trabajo y el reposo; los choques a patadas y garrotazos entre sindicalistas y esquiroles. Y uno sabe de qué hablan John Steinbeck y Woody Guthrie, e imagina aquellas noches de baile en prados donde algún trashumante entona canciones de amor y muerte, de la lucha contra los gringos patrones.
Así, Photographing Farmworkers in California ("Retratando a los trabajadores agrícolas en California") relata y retrata la historia de un destino colectivo. Es otro registro exhaustivo de nuestra huella profunda.
Tomado de Ojarasca, suplemento de la Jornada

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