Enviado por Fernando Arenas
Eduardo Galeano
En la primera mitad del siglo diecisiete, Jaime I y Carlos I, reyes de Inglaterra, Escocia e Irlanda, dictaron unas cuantas medidas destinadas a proteger la naciente industria británica. Prohibieron la exportación de lana sin elaborar, hicieron obligatorio el uso de textiles nacionales hasta en la ropa de luto, y cerraron la puerta a buena parte de las manufacturas que provenían de Francia y Holanda.
A principios del siglo dieciocho, Daniel Defoe, el creador de Robinson Crusoe, escribió algunos ensayos sobre temas de economía y comercio. En uno de sus trabajos más difundidos, Defoe exaltó la función del proteccionismo estatal en el desarrollo de la industria textil británica: si no hubiera sido por esos reyes que tanto ayudaron al florecimiento fabril con sus barreras aduaneras y sus impuestos, Inglaterra hubiera seguido siendo una proveedora de lana virgen a la industria extranjera. A partir del crecimiento industrial de Inglaterra, Defoe podía imaginar el mundo del futuro como una inmensa colonia sometida a sus productos.
Después, a medida que el sueño de Defoe se iba haciendo realidad, la potencia imperial fue prohibiendo, por asfixia o a cañonazos, que otros países siguieran su camino.
- Cuando llegó arriba, pateó la escalera – dijo el economista alemán Friedich List.
Entonces, Inglaterra inventó la libertad de comercio: en nuestros días, los países ricos siguen contando ese cuento a los países pobres, en las noches de insomnio.
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