Luis Lauro Garza
Con el deceso de René Alonso perdemos al comunicador con trayectoria y al amigo. Qué aspectos de la vida cultural y de la información le eran ajenos, si estuvo presente en grupos teatrales y musicales de la UANL desde finales de la década de los sesenta; en el surgimiento del canto nuevo (“de protesta”) en Monterrey, con el arranque del legendario Sapo Cancionero; conocido en casi todas las redacciones de la prensa escrita; animador de tertulias, rondallas, clubs del tango; propietario de bar(es), maestro de ceremonias durante décadas; siempre solidario con las causas estudiantiles, obreras, de braceros, de las Ong’s; y era amigo de políticos que le hablaban derecho, le simpatizaban, o le recreaban la vida de bohemio, así fueran gobierno u oposición.
Su amor a la profesión lo mantuvo presente en casi todos los esfuerzos por consolidar tanto las asociaciones de periodistas, como de locutores. El timbre de voz privilegiada, acompañado siempre de un ritmo mesurado, juicioso y culto (sus referencias del anecdotario político nuevoleonés, o su bagaje musical impregnado de agradecibles destellos cotidianos), eran su sello característico a la hora en que sintonizábamos Punto de Partida (102.1 FM y Canal 28), o sus programas radiofónicos previos.
En lo personal lamento mucho no haberlo visto después de su salida de la conducción de Punto de Partida, donde por casi cuatro años coincidimos semanalmente, a pesar de que en varias veces procuré localizarlo para armar reunión con amigos comunes. Siempre pensé que su horizonte profesional mejoraría después de su suspensión-distanciamiento, o bien por la buena fortuna de sus conocidos-amigos convertidos en apostadores privilegiados en la tómbola político-electoral del estado; o mejor aún: por la concreción de un proyecto editorial que él sostenía como posibilidad casi segura: la edición de un semanario.
Con la partida de René se trunca la posibilidad de contar con el amigo festivo, consecuente y solidario, pero sobre todo, se nos esfuma un dique y pilar fundamental en la reproducción de una forma de comunicar mensajes, irradiar información con solidez, talento, consecuencia y respetabilidad. Sin él, perdemos un aliado en ese horizonte de contrapeso a la lamentable programación de la tele y radio existentes, en especial la de las cadenas privadas; y por supuesto que se nos restringe la fluidez de un discurso talentoso y consecuente como era el de René.
Homenajes, balances, borracheras de los bohemios amigos en su honor, servirán de poca cosa si se descuida el asunto central que a hombres de provecho como él podemos extraer en estos momentos críticos en que vivimos: su armonía explícita entre talento y consecuencia. Las dos cosas juntas. Sin trampas, egos o voluntarismos antepuestos.
(Como amigo me quedo con su agradable sonrisa, entre inteligente y pícara, con la cual solía dirimir sus alegatos; amén de que su rostro en el ataúd me pareció mucho más vivo que el pudiera irradiar alguien disfrutando de una espléndida siesta.)
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